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Columna
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La California de Europa

Al ser proclamado candidato por Unió Democràtica, Durán Lleida ha dicho que Cataluña debe convertirse en la California de Europa. Qué duda cabe que, de proponérselo, Cataluña podría convertirse en la California europea en unos pocos años. El país reúne la mayoría de las condiciones que los expertos consideran necesarias para que se produzca una transformación semejante. Tiene una posición geográfica privilegiada; dispone -salvemos la situación actual, que en algún momento deberá resolverse- de buenas comunicaciones; sus universidades están bien preparadas... Ahora, todo esto, por sí mismo, no significa nada si falta la condición indispensable, que es la voluntad de los catalanes. ¿Cuántos políticos y, lo que es aún más importante, cuantos empresarios catalanes estarán dispuestos a secundar la propuesta de Durán?

Unos treinta años atrás, se aseguraba que Alicante se convertiría, andando el tiempo, en la California de Europa. Recuerdo que Cambio 16, un semanario de referencia en su época, dedicó un número a la cuestión. Contaba este número con unos artículos excelentes, donde se demostraba, con toda clase de detalles, que tal cosa era posible y estaba al alcance de la mano con un poco de trabajo. Ignoro qué porcentaje de verdad había en ello y cuánto correspondía a la publicidad. Pero como la propuesta sonaba bien, sirvió para mejorar el ánimo de los alicantinos y proporcionó, durante un tiempo, tema de conversación en la ciudad. En aquel momento, Alicante tenía cualidades para haberse convertido, si no en la California de Europa, en algo bastante parecido. Disponía del clima, de un aeropuerto bien situado, una población suficiente y, sobre todo, de un formidable y estratégico espacio por urbanizar. Únicamente faltaba una cosa: la voluntad de los alicantinos.

Ni los políticos ni los empresarios de aquel momento mostraron un excesivo interés por la idea, que se apagó con el tiempo. Su carácter se lo impedía. Hablarles a aquellas personas de investigación, de tecnología, de conocimiento era completamente ocioso. No lo entendían, y si lo entendían, no les interesaba, pues en sus cálculos no entraba el trabajar a largo plazo, como el proyecto necesitaba. El político alicantino ha sido, por lo general, una persona de ambición limitada. El término municipal -a lo sumo, la provincia- ha sido su referencia permanente. Poco dado a asomarse al mundo, se ha conformado con administrar lo que tenía entre manos, sin mostrar jamás ese afán de algunas personas por transformar las cosas.

En cuanto al empresario alicantino, ha estado cortado por el mismo patrón. Su nota más característica ha sido el localismo. En esto no quiere decir que no haya habido excepciones. El problema es que estas excepciones han preferido seguir su propio camino, y su influencia social ha sido inexistente. Por el contrario, quien ha aspirado a ejercer esta influencia, desempeñando puestos representativos, ha sido el empresario que se ha acercado al poder político en busca de la ayuda y de la subvención. En los últimos años, la tendencia se ha hecho más ostensible porque el Gobierno ha utilizado a este empresario para afianzarse en el poder. No es necesario insistir en un espectáculo que se produce cada día a la vista de todo el mundo.

Alicante no ha llegado a convertirse en la California de Europa pero, en cambio, lleva camino de parecerse a Florida. Eso, sí, una Florida de segunda o tercera mano, donde el caos urbanístico, el mal gusto y la corrupción se extienden como una mancha de aceite.

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