"Mi padre se llama Mohamed, como todo el mundo"
En algunas ocasiones, los árboles no dejan ver el bosque; en otras, el bosque no deja ver los árboles. Lo último suele ocurrir con lo magrebí (y en general, con lo árabe y musulmán). Tenemos dificultades para ver a los magrebíes como individuos, como hombres y mujeres cada cual hijo de su padre y de su madre, con sus filias y sus fobias propias; nos resulta mucho más fácil contemplarlos como un colectivo: un rebaño cultural, nacional o, mejor aún, religioso. Nuestra imagen del magrebí suele ser un estereotipo... y más bien negativo, muy negativo.
Y sin embargo, la particularidad de cada ser humano es el gran tema de muchos de los principales escritores, músicos y pintores marroquíes, argelinos y tunecinos de nuestro tiempo. Con un siglo y medio de retraso respecto a los europeos, los magrebíes están afirmando ahora sus individualidades frente a la comunidad, la umma.
Por ejemplo, La vie sexuelle d'un islamiste à Paris, la última novela de Leila Marouane, una argelina residente en Francia, trata de esto. Harto de ser el modélico primogénito de una madre devoradora, el sólido pilar de una familia tradicional y un musulmán intachable, su protagonista decide en un momento dado ser él mismo y para ello comienza, cómo no, por intentar darse al libertinaje. El libro de Marouane aún no ha sido traducido al castellano, pero sí otra novela, Alá Superstar, de Y. B. (Anagrama), que aborda en clave de farsa el mismo asunto de fondo: cómo puede un magrebí ser una persona perfectamente distinguible en una cultura basada históricamente en lo comunitario (la familia, el clan, la tribu y la mezquita). Sin duda, el primer signo de rebeldía del protagonista de Alá Superstar es este sabroso comentario: "Mi padre se llama Mohamed, como todo el mundo".
Pero no se trata sólo de un tema que aborden autores magrebíes instalados en Europa. De hecho, lo mejor de la novela escrita en Marruecos o Argelia en el último medio siglo no habla de otra cosa (al igual, por cierto, que la música rai). Ahí están Mohamed Chukri, Dris Chraibi y Mohamed Mrabet, tres tremendos escritores malditos del Marruecos contemporáneo. Chukri murió hace unos cuatro años, empapado de alcohol y corroído por un cáncer, y Chraibi también falleció hace unos meses, pero Mrabet, a tenor de mis fuentes, sigue viviendo envuelto en una nube de kifi en un arrabal de Tánger. En cuanto a Argelia, Yasmina Khadra, el seudónimo femenino que emplea Mohamed Moulessehoul, ex comandante del temible Ejército de ese país, está cultivando con mucho talento el género que mejor expresa la lucha del individuo por afirmarse como tal en la gran ciudad: el policiaco. Así que hay un bosque, el Magreb, pero también muchísimos árboles. Y éstos se preguntan cómo ser individuos sin caer en el individualismo y cómo ser solidarios sin rendirse al comunitarismo (ya no digamos el integrismo nacional o religioso). Tal vez éste, y no esa estupidez del choque entre Occidente y el islam, sea el gran reto del siglo XXI. Un reto aquí y allí, transversal. -
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