María Fuentetaja, editora libertaria
María Fuentetaja ha decidido irse de este mundo a su estilo, sin hacer ruido. Fue ante todo una mujer valiente, libertaria, amante de los libros, a los que dedicó su existencia.
Como librera trabajó durante muchos años en la Librería Fuentetaja de la calle de San Bernardo, y posteriormente en Fuentetaja Infantil, una de las primeras librerías de Madrid dedicadas a los niños.
Como editora creó la Editorial La Piqueta, en donde en plena transición comenzó a reeditar escritos de los clásicos del anarquismo como Bakunin, Rudolf Rocker, Franz Mintz, Max Netlau y otros, a la vez que Jesús Ordovás lanzaba la colección De qué Va..., que fue un referente importante para los movimientos contraculturales de la transición. Nosotros mismos iniciábamos también por esa época la colección Genealogía del Poder en la que publicamos cerca de 40 libros. Roberto Turégano diseñó la mayor parte de las cubiertas y María, una mujer a la vez culta y cultivada, animaba un trabajo de edición en cooperación porque pensaba que la lectura, los debates, los ateneos, y los libros podían contribuir a construir un mundo mejor.
María hizo posible esta aventura editorial, pues la financió con su dinero, con su esfuerzo, y sobre todo con su confianza ciega en la bondad natural de los seres humanos. Elegía el papel de las cubiertas, diseñaba las portadas, corregía las galeradas, se ocupaba de que los libros estuviesen cosidos a mano, los distribuía por correo, y promocionaba su difusión. Como todos los libertarios amaba sobre todo la vida, y consideraba que para andar con dignidad por el camino de la existencia no se necesitan revelaciones divinas encarnadas en textos sagrados, sino compartir las cosas con los demás a la luz de los saberes contenidos en libros escritos por hombres y mujeres de todo el orbe, y de todas las razas y culturas, con tal de que amasen la libertad, e hiciesen de ella una razón para vivir.
Cuando se cansó de un Madrid cada vez más agresivo, gracias al concurso de cementeros y especuladores, cuando se cansó también de todas nuestras urgencias difíciles de conciliar, buscó el retiro en un soleado apartamento del Real Sitio de El Escorial desde el que se podían escuchar los pitidos de las locomotoras del tren. Al igual que a Fourier, también a María le gustaban las flores y los gatos, pero sobre todo su pasión eran los libros de viejo, y allí, acompañada por unas buenas vecinas, y con el permanente cariño de su hijo Bernardo, guardaba los pequeños grandes tesoros de su biblioteca que enseñaba a sus amigos cuando la íbamos a ver.
En el breve lapso de tiempo de un año han muerto en Madrid dos grandes editoras, primero Florentina Morata, y ahora María Fuentetaja. Las dos, desde posiciones, planteamientos, y valores distintos, han dedicado su vida a los libros, y han mirado de frente a la muerte para afirmar el valor de la inteligencia y del conocimiento. Decía Tolstói que la misión del arte es hacernos amar la vida en todas sus manifestaciones, lo que no deja de ser un buen criterio para valorar las obras de arte. María Fuentetaja, creía, como William Morris, que el arte es la expresión más elevada del espíritu humano. Ella hizo del amor a los libros un arte de vivir. A nosotros, y a las nuevas generaciones, nos corresponde ahora mantener vivo ese arte artesanal que convierte a la verdad y a la libertad en los más preciados tesoros por los que una sociedad justa debe mirar. María Fuentetaja nos ha enseñado con su esfuerzo, y también a través de su amistad, que el camino hacia la emancipación personal y social pasa, sin atajos, por un trabajo bien hecho.
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