"¡Carlos, hermano, no olvidamos!"
400 personas dan el último adiós al menor asesinado en el metro
En el cartel se lee "crematorio". Una chica se apoya en la señal. Lleva una rosa roja, deportivas marrones y el pelo suelto. Calla y mira al suelo. A su derecha, unas 400 personas. La mayoría son jóvenes. Algunos llevan crestas, otros van rapados, con cazadoras bomber o sudaderas y zapatillas negras. Abrazos. Lágrimas. Muchos se quedan de pie. Otros suben al montículo de césped y se sientan. Esperan la llegada del féretro de Carlos Javier P. en el cementerio de la Almudena.
La mayoría son amigos, conocidos o familiares del menor de 16 años que murió el domingo tras recibir una puñalada en el corazón en un vagón de metro en Legazpi. También hay quienes no le conocían y han venido de Zaragoza y de Barcelona como muestra de apoyo. Al otro lado de la entrada, una veintena de periodistas. Ni un solo político. Una mujer y una chica con el flequillo largo compran una rosa y media docena de claveles en el puesto de flores de la entrada. El único chico que viste traje, con patillas hasta el mentón y una cicatriz en la mejilla derecha, cruza la puerta del cementerio. Lleva un ramo de margaritas blancas. Se abraza a un colega.
Antes de las 17.30, la fila de amigos abre paso a un coche negro procedente del tanatorio de la M-30. El silencio se rompe con un aplauso. En el vehículo viajan la abuela y la madre de Carlos, que era hijo único. La madre, Mariví, baja del coche gimiendo. La sujetan dos mujeres. Otras dos sirven de apoyo a la abuela, que tampoco para de llorar y camina con dificultad.
La familia se dirige a la capilla del crematorio, que se llena rápido. Hasta la puerta acuden las cámaras de televisión. Un hombre fotografía las caras de los reporteros. Otro joven con una cresta rosa se acerca a un cámara y le saca una foto con su móvil. "¡Buitres!", se oye desde el fondo del grupo del césped. El periodista se cabrea: "Sólo hago mi trabajo". Es el único momento algo tenso de la ceremonia, y los tímidos y escasos gritos se acallan. En la capilla apenas caben la familia y los más allegados. Cae la tarde y un sol naranja ilumina a quienes esperan fuera.
Cuando sale la familia, varios gritan puño en alto: "¡Carlos, hermano, nosotros no olvidamos!". Y arranca una voz en el grupo del césped. Un anciano empieza a cantar La Internacional. Algunos jóvenes le siguen. El resto guarda silencio. Al terminar el himno, ovacionan a Carlos. Y a su familia. La abuela se sube a un coche negro y saluda con la mano. La madre entra después. El vehículo aparca en un lateral de la capilla. Se acercan algunos asistentes para dar el pésame. El coche se marcha.
Y comienza la salida de los amigos, de los conocidos, de los que han venido a solidarizarse. Se marchan en pequeños grupos, casi en silencio. No quieren hablar. "Estamos hechos una mierda, no hay más que decir", afirma después una amiga del fallecido. Cuatro chicos se despiden en la puerta de la Almudena. "Nos vemos el sábado", dice uno. El resto asiente. El sábado han convocado una concentración a las 16.30 en la Puerta del Sol. Lo pone en un cartel con la cara de Carlos.
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