EXTRAVÍOS MUSA

Según se narra en el filme La vida interior de Martin Frost (2006), escrito y dirigido por Paul Auster (Nueva Jersey, 1947), y cuyo guión acaba de publicarse en castellano con el mismo título por la editorial Anagrama, un novelista, que temporalmente se ha retirado a descansar en el apacible y recóndito lugar que le han prestado unos amigos, se encuentra, al despertarse una mañana, con la sorprendente presencia de una bella mujer en su propia cama. Una vez recuperado del susto, y tras las primeras pesquisas, a las que la joven responde con desenvoltura, Martin pacta con ella, que dice llamarse Claire, el quebrantamiento de su soledad, seducido por el indudable atractivo de la misteriosa dama. Dado el mutuo entendimiento, con celeridad se fragua entre ellos una relación erótica, que resulta ser un tanto especial, por lo menos, hasta que nos percatamos de que la tal Claire no es sino la criatura de ficción que ha concebido en su mente Martin, con lo cual su amor estará marcado por la fatalidad trágica de no ser real, o, mejor, inversamente real a su realización; esto es: cuando Martin termine su relato con Claire de protagonista, ésta desaparecerá, aunque, si la obra en cuestión es buena, ella vivirá mucho tiempo después de que haya muerto su autor.

Según la película de ciencia-ficción Star Trek (1978), del cineasta Robert Wise, emplazada en un indeterminado futuro de la era de navegación interplanetaria, un ente desconocido, que responde al nombre V'ger-6, avanza en dirección a la Tierra destruyendo todo lo que se pone a su paso. Cuando dicho ovni ha emplazado en la órbita de nuestro planeta sus mortíferas cargas, que han de destruir todo rastro humano de su faz, los miembros de una nave terrícola logran comunicarse con él y descubrir que se trata de una autorrediseñada versión de una antigua sonda espacial, la Voyager-6, que vuelve al lugar de su original lanzamiento para conocer a su creador y, por tanto, la razón de su existencia, el único, pero indeclinable, rasgo humano que porta en su sofisticadísimo programa electromecánico.

Estas dos historias, aparentemente dispares, que he resumido de forma muy sumaria, tienen en común, sin embargo, el abordar la compleja y, pocas veces, gobernable relación que se establece entre el creador y su obra. En la primera, la de Paul Auster, cortada sobre el patrón clásico del artista y su modelo, o su musa, al desenvolverse en la intimidad del creador, limita los daños destructivos a la esfera de lo subjetivo; pero la segunda, que tiene que ver con replicación mecánica de la vida, no sólo incide de lleno en lo objetivo, sino que invierte la relación de fuerzas entre el creador y su criatura, porque la segunda adquiere un incomparable mayor poder autónomo que el primero, que queda así subordinado. De esta manera, la transformación de, por así decirlo, la musa orgánica en musa mecánica no comporta sólo un cambio de argumento de ficción, sino el fin del hombre, porque el émulo robotizado de éste, carente de misterios, no necesita el arte para nada, y, menos, el amor. -