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Tribuna
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Entre la tea y la bandera

Me han enviado una foto horrible por Internet, que ignoro si es cierta o si se trata de un montaje. En ella se ve a un grupo de neonazis que despliegan una bandera de España, con los colores profanados por el escudo franquista. Y abrazado a ellos está un notable del principal partido de la oposición. Que sonríe feliz, de oreja a oreja.

No es nueva la maniobra de apropiarse de la bandera de España como si fuera patrimonio de un partido; la inició la Unión Patriótica de Primo de Rivera, la amplió el Glorioso Movimiento Nacional de Franco y hoy la practica una formación democrática.

También la fotografía de Internet me parece un retrato de otro tiempo. De aquella época pretérita donde todavía habitan mentalmente los incendiarios de retratos del Rey o de Carod Rovira. Su tiempo no es el nuestro, sino el de las piras eclesiales que abrasaron herejes, brujas y discrepantes, entre ellos Juana de Arco, Miguel Servet o Giordano Bruno. Eran tiempos en que los fanáticos se regodeaban mirando cómo los diferentes se consumían en las llamas. Además de matar, deseaban quemar, arrasar, destruir y, cuando un condenado huía de sus garras, lo calcinaban en efigie.

Gabriel cardona Junto a unos pocos incendiarios materiales habitan los incendiarios ideológicos de multitudes

La enloquecida magia de la hoguera se trasladó luego a la política y quemar iglesias y palacios formó parte de la liturgia revolucionaria. Hasta que las teas incendiarias pasaron a manos de las diversas clases de fascismo: en la noche de papel, los nazis quemaron libros y bibliotecas; en la transición española, los nostálgicos prendieron librerías y, todavía hoy, los etarras y sus amigos queman desde cajeros automáticos hasta locales de partido. Últimamente, parece que la tradición de los inquisidores pasa a otros grupitos incapaces de soportar la democracia y, por eso, queman las fotos.

Nunca me ha preocupado la cerrazón cuando es minoritaria. En el peor de los casos, es una competencia de los policías, los jueces o los psiquiatras. Y deseo creer que la mayoría de los españoles no es así, que los incendiarios son cuatro gatos y que la foto llegada por Internet es una equivocación o un montaje.

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En cambio, me preocupan la intransigencia mayoritaria, que el fanatismo sea alentado por una radio de los obispos y que la bandera de España, en lugar de ser considerada símbolo común, sea utilizada como enseña de partido. Me inquieta que, junto a unos pocos incendiarios materiales habiten los incendiarios ideológicos de multitudes. Y que pretendan utilizar como una tea la bandera de todos. Hasta que el incendio mental arrase el respeto y la sensibilidad ciudadana.

Es posible que la foto de Internet no sea cierta. Pero es evidente la escena del pasado 12 de octubre, cuando abuchearon al presidente del Gobierno de España, desde una tribuna donde no entra cualquiera y con la bandera de España en la mano. Nadie puede negar que los supuestos patriotas chillaron quebrando la solemnidad del homenaje a nuestros soldados muertos; mientras a sus familiares les saltaban las lágrimas y a sus compañeros les temblaba un nudo en la garganta.

No encuentro diferencias entre los incendiarios y los banderistas que nada respetan con tal de sembrar discordia. Pero ninguno de ellos me sorprende. Miro sus fotografías y los conozco. Todos tienen las ásperas caras de la España negra.

Gabriel Cardona es historiador.

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