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No hay condiciones para Annapolis

La conferencia que posiblemente el Gobierno de Estados Unidos organizará en Annapolis a fin de noviembre tiene escasas posibilidades de alcanzar un acuerdo con algún sentido entre Israel y la Autoridad Palestina (AP). Se trata de un intento de Washington de ganar apoyo entre los gobiernos árabes para sus políticas hacia Irak e Irán. El Gobierno israelí no concederá nada sobre Jerusalén, el regreso de los refugiados o el desmantelamiento de los asentamientos. Tampoco está dispuesto a frenar la construcción del Muro que atraviesa Cisjordania y separa a parte de los palestinos de sus familias, bienes y trabajo. No hay signos, igualmente, de que revertirá la situación de asfixia que sufre la población a causa de los check points y el permanente acoso militar. Por su parte, el presidente palestino, Mahmoud Abbas, no puede garantizar el fin de los ataques desde Gaza ni el de eventuales atentados suicidas, y tampoco la devolución del soldado israelí secuestrado en 2006.

Hay motivos para el escepticismo sobre la cumbre de Bush para Oriente Próximo

La secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, dice que la conferencia está orientada a "sentar las bases para la creación de un Estado palestino", pero nadie piensa que tendrá éxito. El Gobierno israelí evitará resultados concretos y la mayor parte de los palestinos se desentiende o cree que Abbas se aliará con Israel para asfixiar Gaza y hacer concesiones sobre los refugiados y asentamientos. La AP demanda un calendario para alcanzar fronteras fijas y está dispuesto a limitar sus demandas, pero lo máximo que Israel ofrecería es "un proceso hacia fronteras provisionales". Egipto y Jordania, por su parte, rechazan una conferencia que no produzca resultados concretos.

Entre los analistas internacionales hay un amplio consenso escéptico: si no se avanza pronto en la solución de los dos Estados, las perspectivas para Israel y Palestina serán un régimen estilo apartheid, más resistencia, guerra civil entre los palestinos, y una situación existencial de guerra, o sea, tratar de eliminar al otro, aceptada por todas las partes como un destino maldito.

La situación es muy grave. Lo que queda de Palestina está dividido dos veces. La primera, entre Gaza, aislada y controlada por Hamás, y Cisjordania, bajo el débil Gobierno de Abbas. La segunda, por la ocupación y fragmentación política, económica y geográfica que Israel impone a Cisjordania hasta convertirla en una serie de islas ingobernables gracias al Muro y las carreteras sólo para israelíes.

En su oficina de Jerusalén Este, la Oficina para Asuntos Humanitarios de la ONU (www.ochaopt.org) muestra con un power point lo que revela un reciente informe del Banco Mundial: los palestinos se hunden en la miseria porque no pueden producir, si producen no pueden vender y si venden, Israel se queda con el dinero de los impuestos. Ante la pregunta, "¿qué quiere hacer Israel con los palestinos?", la respuesta es "mantengámosles bajo presión". El resultado es una combinación de una forma de apartheid con violencia permanente y de presión para que emigren. Aislarlos, acorralarlos y tomar represalias cuando algo falle y un suicida logre penetrar tantas barreras, mientras misiles lanzados desde Gaza siguen cayendo sobre poblaciones cercanas.

Una serie de prestigiosos ex funcionarios republicanos y demócratas, entre ellos el ex secretario de Estado Zbigniew Brzezinski y el ex asesor de Seguridad Nacional Brent Scowcroft han escrito una carta dramática titulada El fracaso tendría devastadoras consecuencias (publicada en España por Política Exterior) sobre las condiciones para que Annapolis tenga sentido: negociar con todos los actores para crear dos Estados según las líneas de 1967 y con dos capitales en Jerusalén; el regreso de parte de los tres millones de refugiados palestinos y la indemnización para el resto; la congelación de los asentamientos israelíes, y el facilitar que los palestinos, incluyendo los de Gaza, tengan una sociedad viable.

Hay mensajes implícitos para Israel y Washington en esa carta. Por un lado, Israel nunca vivirá en paz si no ofrece una salida a los palestinos, a pesar del Muro y los check points. Por otro, que hay serias fisuras (representadas por los que firman) en Estados Unidos respecto al apoyo incondicional a Israel. El libro El Lobby Israelí (Taurus, 2007), de los prestigiosos John Mearsheimer y Stephen Waltz, es un ejemplo: los autores cuestionan a Israel por su intransigencia y señalan que no es beneficioso para EE UU estar preso de la política de ese país. Estas críticas forman parte de la sensación de fracaso de la política de Washington en Oriente Medio.

¿Y Europa? Desde que apoyase el aislamiento de Hamás después de las elecciones de 2006, la UE ha jugado un papel negativo. Por un lado, provee ayuda humanitaria y, por el otro, paga lo que Israel destruye. Al aislar a Hamás colaboró a la división de los palestinos cuando su papel debería promover la reconciliación entre Hamás y Fatah, apoyar a la sociedad civil independiente, denunciar los asentamientos y situar en primera línea las resoluciones de la ONU. Se precisa un plan concreto a un año de plazo, compromisos progresivos de seguridad, humanitarios y económicos. En o fuera de Annapolis es lo mejor que Europa puede impulsar.

Firman este artículo: Mariano Aguirre, que dirige el área de paz, seguridad y derechos humanos en FRIDE, Madrid, y Mark Taylor, subdirector de FAFO, Noruega.

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