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Columna
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Todo un cardenal

Es una cuestión de tradiciones. De mantenerse fiel a ellas. Tras la sentencia del 11 M, anda la cúpula del PP mareando la perdiz con el señuelo del autor intelectual del atentado. Y claro, le ha faltado el tiempo al PSOE para, por boca de su secretario general, José Blanco, acusar a José María Aznar de ser el autor intelectual del intento de engaño masivo del 11-M. Algo que, con ser cierto, no es del todo exacto. Las paternidades intelectuales siempre se remontan en la historia, sea a don Pelayo o al moro Muza. En el caso que nos ocupa es injusto atribuir todo el mérito intelectual al ex presidente del Gobierno. No es aventurado pensar que Aznar se hubiera inspirado al respecto en algún que otro protagonista de la rica y fascinante historia de la Iglesia católica. En 1555, a la edad de 79 años, el napolitano Gian Pietro Caraffa ascendió al papado con el nombre de Paulo IV. Delegó la dirección de los asuntos temporales de la Iglesia en sus sobrinos, Giovanni, Antonio y Carlo. Este último, a pesar de no tener formación eclesiástica, fue elevado al cardenalato, de donde el propio Papa tuvo que destituirle al final de su reinado. Tras la muerte de su tío, Carlo Caraffa fue condenado a muerte, pena que no pudo ser ejecutada porque fue estrangulado en la prisión. Antes de caer en desgracia y de que el pueblo arrastrara y decapitara la efigie de su tío, Carlo Caraffa pronunció una frase para la historia: "Populus vult decipi, et decipiatur (el pueblo quiere ser engañado, pues que se le engañe)". El hecho de que Paulo IV estuviera enfrentado a Felipe II no hará muy atractiva su figura para el autor de Cartas a un joven español, pero tampoco es óbice para reconocer en estos príncipes de la Iglesia a los inspiradores de la doctrina del engaño masivo.

Los sindicatos UGT y CCOO y el portavoz socialista en las Cortes Valencianas, Ángel Luna, han denunciado otro intento de engaño masivo por parte del PP de Francisco Camps. Unos y otros han puesto de manifiesto la "hipocresía fiscal" del PP valenciano que reclama al Gobierno de España una financiación adicional de 500 millones de euros, mientras anuncia rebajas fiscales a costa de los impuestos que gestiona la Generalitat, donaciones, impuesto sobre el patrimonio y tramo autonómico del IRPF. A pesar de tener que apoyarse en los nacionalismos periféricos, el Gobierno de Zapatero ha conseguido que los presupuestos del próximo año contemplen un aumento de la inversión estatal en la Comunidad Valenciana de un 25%. Por su parte, el Gobierno de Camps ha presentado unos presupuestos en los que las inversiones apenas crecen un 2,5%, mientras los gastos financieros para pagar la abultada deuda de la Generalitat suben más de un 8%. Y pese a la contundencia de las cifras, Camps se permite hablar de discriminación hacia la Comunidad Valenciana con la misma impostura cardenalicia con la que pedía el agua del Ebro mientras ponía todo tipo de trabas al Gobierno en la construcción de desaladoras. Cinismo fiscal y deslealtad institucional se aúnan así en una forma de hacer política que hunde sus raíces en profundas tradiciones. Como ha dicho Tono Sanmartín, el peluquero de Camps a quien el IVAM dedica estos días una exposición, el presidente "tiene un cráneo que está muy bien".

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