11-M: el hacha de guerra
A diferencia de lo sucedido en Norteamérica, el macroatentado yihadista no produjo en España la generalización de un espíritu de cruzada, con trágicas consecuencias, tales como el establecimiento de un presidio inhumano en Guantánamo o la invasión de Irak. La sociedad española supo encajar el golpe, con profundo dolor, pero también con un espíritu de justicia, nada vindicativo, cuya última expresión han sido el proceso y la condena de los implicados en la acción terrorista del 11-M, una vez que tuviera lugar el suicidio de los principales actores en Leganés tras su localización por la policía.
La otra cara de la moneda ha sido la respuesta política. Aquí la comparación favorece inequívocamente a Estados Unidos. Unidad, ninguna, y sí un estado de guerra psicológica permanente, provocado por el resentimiento que en el PP produjera la derrota electoral y alimentado por una prolongada campaña de intoxicación frente a la labor judicial, todo para salvar el honor del Gobierno de Aznar. Algo infame, como destacó este diario.
Podía pensarse que con una sentencia tan precisa llegaba la hora de enterrar el hacha de guerra. No ha sido así. El día 31, Rajoy perdió una ocasión de oro para afirmar que el tema del terrorismo islamista, no del 11-M como episodio, seguía abierto, y para saludar una sentencia que definía responsabilidades y desautorizaba hipótesis equivocadas. Prefirió dejar la puerta entreabierta a sus hienas. Y la respuesta del PSOE fue brutal, al jugar su secretario de organización, José Blanco, con la analogía entre los autores materiales e intelectuales del crimen terrorista y el Gobierno de Aznar que trató de engañar a la opinión sobre su autoría. Siniestro. Rubalcaba dobló el golpe.
Así, difícilmente admitirán unos la fragilidad de la tesis ampliamente asumida de que Aznar y la guerra de Irak fueron los causantes de la respuesta sanguinaria de los terroristas. El libro de José María Irujo El agujero muestra la intensa radicalización y expansión de los grupos yihadistas dispuestos a atentar desde los meses que siguen al 11-S. Ver en los atentados españoles una "represalia" contra la presencia en Irak, advirtió pronto F. Reinares, es "una gran simplificación". Oídos sordos en la izquierda. Y lo mismo ocurrirá con los populares respecto de la insensatez con que el Gobierno de Aznar y sus corifeos se comportaron, ignorando en su política la amenaza del terrorismo islámico tras el aviso de Casablanca.
Estamos ante la fábula de los galgos y los podencos, donde un debate estéril lleva a borrar la realidad: la destrucción de los trenes fue obra del terrorismo islámico. La célula asesina estaba integrada en su mayoría por musulmanes aquí residentes, con una pluralidad de conexiones internacionales yihadistas. Luego lo fundamental es impedir que se produzcan nuevos atentados, y para ello hay que vigilar esos enlaces exteriores e impedir que la mentalidad yihadista se difunda en España, cerrando los cauces para la difusión de la condena primaria que el islamismo dicta contra Occidente. Y, en fin, conviene reconocer que hay un marco donde se integran los grupos yihadistas, con autonomía de acción, como el culpable del 11-M, con intermediarios y no enlaces orgánicos pre-11-S, en la constelación Al Qaeda.
El "responsable intelectual" del 11-M nunca puede ser El Egipcio. Es bien conocido. Se llama Bin Laden y también es diáfana su doctrina, resumida por el juez Javier Gómez Bermúdez en la sentencia. Hacia ese punto hay que mirar, atendiendo de paso a la lucha contra el racismo, la maurofobia, no al espantajo de la "islamofobia".
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