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Columna
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El pensador

Las estatuas están condenadas a mantener la misma postura el resto de su existencia. En el caso de la imponente figura de El pensador de Rodin, ubicada estos días en la malagueña calle Larios, se podría decir además que ha encontrado un sitio donde quedarse para siempre. Haberlo visto en el Museo Rodin de Paris resultaba espectacular, pero si se fijan bien impacta aún más en Málaga. Apenas lleva unos días en la ciudad y el grado de preocupación en el rostro parece haber aumentado. Han traído a El pensador a una de las urbes donde su clase política más vueltas le da a la cabeza. Y la han colocado mirando al puerto, que es el emblema de la duda permanente, ya que desde hace 16 años no se atina con una solución para integrarlo en el casco urbano. Málaga ha sido la primera provincia de España elegida por la Fundación La Caixa para exponer esta escultura y estoy convencido de que la elección no ha sido fruto del azar. Sus impulsores se lo han pensado mucho, era la única forma de dar con un sitio tan adecuado.

Además de en la calle Larios, había otras muchas ubicaciones posibles. Yo hubiera sugerido la colocación de esta escultura en una playa. El pensador mirando al mar y rodeado de la veintena de asociaciones empresariales y sindicales que, vinculadas todas ellas al sector turístico de la Costa del Sol, han creado un foro para presionar ante las administraciones y conseguir el final de las obras del saneamiento integral, que es otra de las cosas sobre las que más gobiernos distintos han pensando durante más tiempo sin que ninguno de ellos haya resuelto el problema de forma definitiva. También hubiera sido posible su presencia en esa misma playa, pero de espaldas al mar. Desde allí parecería que este ilustre personaje de mármol medita sobre si ha merecido la pena enladrillar el litoral o cargarse el horizonte con castillos hechos de hormigón. El pensador pensando una solución para tamaño desatino.

Málaga está llena de rincones donde ubicar esta figura imperturbable. Su postura de triste pensador tampoco habría desentonado en las inmediaciones del Teatro Romano o en la torre manca de la Catedral. En el Convento de la Trinidad o en los Baños del Carmen. En el cauce del río Guadalmedina o en medio de un atasco en el centro. Por encima de las rondas o delante de la entrada al metro. Sería el símbolo de la ciudad que se sigue pensando hacer, pero que nunca se termina de concretar. Un monumento a la complejidad de los sentimientos y de las emociones del ser humano. Una escultura del hombre frente a la duda. Del sujeto atormentado ante el futuro que se le avecina. Del no vayas a hacer hoy, lo que puedes seguir dándole vueltas mañana.

Hace unos meses una revista informaba de que un grupo de científicos coreanos habían logrado reproducir la escultura de El Pensador al tamaño de una célula sanguínea, utilizando modernas técnicas de láser. La figura, de apenas 20 millonésimas de metro, reproducía de forma fidedigna la escultura original, hasta el punto que en la miniatura se podían apreciar los músculos y los dedos. Los científicos explicaron que la técnica usada podría ayudar al desarrollo de nuevos biosensores y complejos dispositivos microscópicos.

Mucho me temo que el experimento se les escapó de las manos a estos científicos. Y El pensador microscópico acabó llegando a Málaga inoculado en las células de algún turista. Desde ese día, la miniatura se fue propagando por el torrente sanguíneo y la ciudad se vio afectada por la enfermedad de la duda permanente. Y por el momento, nadie se ha preocupado por encontrar una vacuna. La presencia de El pensador en Málaga está siendo un éxito espectacular. Es como si en la escultura nos viéramos reflejados todos. Es uno de los nuestros, de nuestra propia sangre. Que nos corre por las venas.

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