Tuta absoluta
Colgados con primor apenas les apunta el color o dispuestos en cajas en lugar fresco y aireado, los tomatillos aguantan, y conservan salud y sabor varios meses. Son los archiconocidos en las comarcas valencianas norteñas como tomates de colgar, que antaño se saboreaban durante el invierno en pueblos y masías. Hace unas pocas décadas descubrieron los consumidores con olfato el sabor de esos tomates y ello supuso un alivio económico para unos centenares de agricultores por donde Les Coves, Cabanes, Alcalà de Xivert, Torreblanca o Vilafamés entre otras poblaciones. No son vistosos, pero les hacen una eficaz competencia a los grandes y coloreados del mercado, vistosos y sin sabor a nada. Este otoño preelectoral los tomates de colgar sufren el ataque de las lluvias, que los agrieta a punto de madurar, y de la tuta absoluta, una polilla de importación procedente de América del Sur que se coló en nuestros campos por falta de los necesarios controles en la importación de alimentos. Lamentan los productores la merma que eso ha supuesto en sus ingresos y esperan el fitosanitario que extermine o aleje la plaga de sus campos.
Aunque mientras llega o no llega el antídoto necesario que acabe con la tuta absoluta, podríamos ir pensando en algún otro fitosanitario para combatir insectos lepidópteros y polillas que originan entre nosotros plagas o enfermedades sociales endémicas o crónicas. Sin ir más lejos: nos deberíamos preocupar por encontrar el remedio par eliminar la polilla de un nacionalismo, españolista o no, que apela a las vísceras y que suele incubar males mayores que la grandilocuencia electoralista con que se manifiesta. Fíjense si no, vecinos, en esas apelaciones a la España que todos llevamos en el corazón, o al "corazón español todos los días" de Mariano Rajoy, de los que hablaba el jefe de filas de los conservadores valencianos Francisco Camps ese otro día, siguiendo la doctrina al uso ordenada y bendecida en su formación política a lo largo y ancho de nuestras tierras hispanas. Todo un parlamento o parlamentos electorales donde salieron a relucir, en presencia de poderes y potestades conservadoras, las referencias al orgullo patriótico por haber nacido en este rincón del globo y alusiones a una idea de patria intrínsecamente unida a amores y afectos, a sentimientos o sentimentalismos epidérmicos. Son manifestaciones en apariencia inocentes, como los gritos de "¡Viva San Fernando!" o "¡Viva el Rey con todos sus atributos viriles!" que da un patriota en uno de los esperpentos de Valle-Inclán. Pero sólo apariencia, porque los gritos del esperpéntico patriota ocultaban hace casi ochenta años desastrosas intervenciones regias en no menos desastrosas derrotas de nuestros soldados en la aventura colonial norteafricana de entonces. Las apelaciones y las sentimentales frases gruesas con el corazón como epicentro hoy en día, sólo barnizan, y sin demasiado tiento ni racionalidad, un ataque desmesurado e irracional a la figura y la política del Gobierno que encabeza Zapatero. Y lo peor del caso es que un antídoto o fitosanitario que alejase de la derecha española los excesos patrióticos, que tiene tan enraizados, no es difícil de encontrar: en algún lugar de la etiqueta aparece el epígrafe racionalidad que puede acabar con esa plaga tan arraigada históricamente en la derecha española.
Claro que racionalidad y sentido común son productos, cuyo uso se hace imprescindible, para poner fin algún día a las disensiones, insidias y contiendas internas de los llamados partidos de izquierda. Empezando, entre los valencianos, por el primer partido de la oposición del País Valenciano, el PSPV-PSOE. Un partido con una trayectoria digna y loable en el pasado, al que sus adalides valencianos vienen convirtiendo en las últimas décadas en un partido de partidas serranas y agrestes: la polilla del medro o la plaga del insecto lepidóptero que quiere sacar cabeza llevan inexcusablemente al deterioro de la cosecha: el llanto y quebranto electoral, que tanto satisface a sus adversario políticos. Unos adversarios que saborean estos días, como ustedes vecinos saborean los tomates de colgar, el lamentable episodio en torno a la dimisión de Joan Ignasi Pla.
Y mientras les llega o no les llega a los agricultores castellonenses el fitosanitario para combatir la tuta absoluta de sus tomateras, bueno sería que fenicios y cartagineses comenzasen a tratarse con el que necesitan, que lo tienen más a mano.
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