"En materia de derechos humanos no existen términos medios"
"Hijo mío a ver si te cortas el pelo que ahora sales por la televisión". Los padres del juez argentino Carlos Rozansky llevan décadas intentando que su hijo reduzca la melena, pero este magistrado de 56 años ha hecho de su pelo casi un símbolo de independencia.
El juez argentino ha impuesto condenas históricas a torturadores
"Ni aunque salga en la tele", exclama entre carcajadas en la cafetería donde desayuna habitualmente frente al juzgado federal de La Plata, a unos 60 kilómetros de Buenos Aires. Y vaya que si sale. Rozansky es el autor de dos sentencias históricas en la lucha por los derechos humanos en Argentina: la imposición de cadena perpetua a Miguel Etchecolatz, un policía torturador durante la dictadura militar (1976-1983), y al sacerdote Christian Von Wermich, capellán de la policía bonaerense que engañaba a los torturados, les sacaba información y a veces participaba en las torturas.
Mientras fija sus ojos azules en las personas que transitan por la calle, este magistrado casado desde hace 35 años se declara contento de que sus dos hijos, un programador de 31 años y una psicóloga de 29, no se hayan dedicado al derecho. "Les he dejado espacio donde elegir". En Argentina el café con leche recién servido suele quemar y el juez, descendiente de judíos polacos, mantiene el suyo a prudencial distancia mientras recuerda que su hijo, Mariano, nació el mismo año del golpe militar: 1976.
Más de tres décadas después, Rozansky se ha ganado el respeto de millones de argentinos por el rigor con el que ha llevado estos dos históricos procesos. En un ambiente de gran tensión, con la sala llena de familiares de desaparecidos y torturados que han esperado 30 años para ver a los culpables en el banquillo, este magistrado ha garantizado en todo momento el principio democrático del derecho al juicio justo donde acusados y acusadores han hablado y todos han podido ser escuchados. Un rigor que no debe ser confundido con la asepsia. "En materia de derechos humanos no existen términos medios. O se defienden o no", subraya, y es el único momento de la entrevista en que su sonrisa desaparece. Confiesa que un momento complicado fue cuando tuvo que decidir si las madres de los desaparecidos podían lucir en la sala su característico pañuelo blanco. "Por supuesto, dije sí", añade, y la sonrisa vuelve.
Es primera hora de la mañana y los parroquianos no han comenzado a llegar a la cafetería. Las camareras tratan a Rozansky con una mezcla de familiaridad y admiración. "¿Todo bien, doctor?", preguntan cada tanto. Rozansky ríe a menudo mientras explica anécdotas sobre sus dos perros o reconoce que la canción Depende, de Jarabe de Palo, es su favorita. Empezó como abogado en un barrio humilde de Buenos Aires y ahora es el hombre que ha devuelto a muchas víctimas la confianza en la justicia. Años de historias terribles. "¿Que si puedo dormir?, bueno, mi mujer es psicóloga...", dice mientras se levanta de vuelta al despacho.
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