Identidades sinfónicas
Cada vez cuesta más encontrar orquestas con una cierta identidad sonora propia. Antes, podías saber si una orquesta era alemana, rusa, francesa o americana en muy pocos minutos. En la actualidad, lo que se lleva en la mayoría de centurias sinfónicas del planeta es un sonido estándar, fruto del trasiego de nacionalidades, técnicas y escuelas que nutren sus filas. Quedan honrosas excepciones -la Filarmónica de Viena podría ser el ejemplo perfecto-, pero la uniformidad se impone y hasta en las orquestas de primerísima fila hay que agudizar más el oído para rastrear su ADN sinfónico.
Por eso tiene especial mérito la Orquesta Filarmónica de Lieja, única formación sinfónica de la comunidad francófona de Bélgica. Tiene poco más de cuatro décadas de historia y su posición en el escalafón internacional sería el de una meritoria orquesta de segunda fila, como sucede con la mayoría de las orquestas españolas. Pero, al margen de la calidad del sonido, lo que distingue a la orquesta belga es la voluntad de mantener una identidad sonora propia. Lo han demostrado con creces en la gira española bajo la dirección de Louis Langrée que cerraron esta semana en el Auditori de Barcelona.
Orquesta Filarmónica de Lieja.
Obras de Brahms, Schumann y Franck. Anne Gastinel, violonchelo. Director: Louis Langrée. Ciclo Concerts a Barcelona. Auditori. Barcelona, 23 de octubre
Por vocación y afinidad cultural, la orquesta de Lieja suena más francesa que la mayoría de orquestas francesas, gracias a la pulcritud, la elegancia y la dulzura de sus maderas. Le añaden, por la proximidad con Alemania, un plus de densidad y redondez a cuerdas y metales. El resultado es una sonoridad muy agradable, una claridad de texturas que, sabiamente aprovechadas por Louis Langrée, ex titular del conjunto belga, otorgaron mayor luminosidad y transparencia a la Obertura trágica, op. 81, de Johannes Brahms, y, de forma muy especial, a la Sinfonía en re menor, op. 48, de Cesar Franck, obra fetiche que la orquesta podría tocar con los ojos cerrados.
La perla del concierto fue el Concierto para violonchelo en la menor, op. 129, de Robert Schumann, con la extraordinaria violonchelista francesa Anne Gastinel como solista. Fue una versión cuajada de detalles primorosos, porque Gastinel toca con sensibilidad y elegante sonoridad, sin afectaciones ni arrebatos de cara a la galería.
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