El Palacio Real recibe al Louvre
Una exposición relata los orígenes del neoclasicismo en Francia
Un paje enano y mulato, de nombre Zamore, ofrece una taza de chocolate a una dama en deshabillé de pomposo porte. El paje, a quien la historia colgaría el sambenito de traidor, mira con embeleso a la amante del rey de Francia Luis XV, Madame Du Barry, nacida Jeanne Bécu. Por su influencia sobre el monarca legatario del Rey Sol, ella alentó durante tres lustros del siglo XVIII los cánones del gusto en Francia y, por ende, de gran parte de Europa. Consiguió así, por su afán coleccionista, perpetuar el neoclasicismo, un estilo artístico renacido cuyo fluir cobraría un esplendor ornamental del cual la exposición El gusto a la griega da deslumbrante noticia en un recinto trabado con él en impar sintonía: el Palacio Real de Madrid.
Madame Du Barry, mentora del arte neogriego, fue guillotinada
Este tipo de arte sería devorado por el furor del romanticismo
Tal estilo quedaba caracterizado por los cánones helénicos de belleza redescubiertos mediada aquella centuria en el sur de Italia -la Magna Grecia- por el impulso de Carlos VII de Nápoles, futuro Carlos III de España.
La exposición exhibe numerosas obras cedidas por el Museo del Louvre y algunas por la Fundación Gulbenkian de Lisboa, hasta donde la muestra itinerará en el primer trimestre de 2008, con el patrocinio de la Fundación Santander y la anfitrionía de Patrimonio Nacional.
Marie-Laure de Rochebrune, comisaria de esta muestra, secundada por Catherine Gougeon, han establecido un relato que da cuenta del despliegue de aquel estilo, en su dimensión ornamental, que inundó los salones cortesanos de Europa, desde Madrid a Dresde y San Petersburgo, en la etapa inicial de su trayectoria comprendida entre los años 1750 y 1775, a través de una secuencia de ornamentos que rivalizan en una carrera simbólica hacia la perfección de sus hechuras.
Muebles de caoba, cuero y cordobán; ánforas, vasos, vajillas, bouquets de flores y tabaqueras, tallados o adornados con motivos del repertorio arquitectónico griego: triglifos, metopas y columnas, siempre columnas. Hay profusión de acantos, ovas y laureles, primorosamente dispersos entre volutas y molduras entre una sinfonía donde, de los órdenes clásicos, prima el jónico, atribuido por antonomasia a la condición femenina. Soportes en porcelana de Sèvres, pórfido, mármol, piedras duras, bronce o metales preciosos asientan su belleza, a la que brindan consistencia matérica.
Todo un regocijo de formas cinceladas bajo aquel estilo desfila ante los ojos del visitante con la desenvoltura de la belleza que anida en los repertorios de la arquitectura griega, ungida de una quietud racional anhelada por ilustrados como Dennis Diderot (1713-1784). El enciclopedista y mentor del neoclasicismo acreditó con voz nueva algunos de los destellos de la civilización helénica, sepultada hasta entonces por la versión romana del clasicismo latino.
Según explica De Rochebrune, "la deriva barroca del arte se había abismado desde fines del siglo XVII en una moda que los franceses llamaban rocaille" -y alemanes y españoles, rococó- una suerte de geometría fractal que condujo a la declinación de las formas artísticas hasta una incontrolada anarquía. Ante aquella confusión, la reacción racional, neoclásica, adquirió estatura y recobró el control del arte. A ella se aplicaron artistas como Delafosse, Pajou, Tandart, LemoyneII o Petitot y se expandió gracias al vivo apoyo cortesano que en sus orígenes obtuvo de Madame Pompadur; del marqués de Marigny, su hermano; del duque de Aumont y el de Choiseul, gran coleccionista de ornamentos neoclásicos, considerado el cochero de Europa por sus múltiples misiones diplomáticas. Aristócratas y altoburgueses conformaron la clientela de tan suntuario arte que, al declinar el siglo, sería denostado como socialmente obsceno desde las filas de los revolucionarios. Al cabo, la Revolución vivió una jornada especial. El 8 de diciembre de 1793, Madame Du Barry fue acusada por un tribunal popular de alta traición por haber huido de Francia. La condesa había viajado a Londres a la subasta de unas joyas suyas pero, incautamente, regresó a París: Jeanne Bécu fue decapitada apenas dos horas después de recibir la sentencia; su delator había sido Zamore, el paje embelesado.
Pese a perdurar hasta el período napoleónico, el neoclasicismo sería devorado por el furor romántico, dando así fin a la era de los grandes estilos.
El gusto a la griega. Lunes a sábado, de 9.30 a 18.30. Domingos y festivos, hasta las 14.30. Hasta el 6 de enero. Palacio Real. Bailén s/n. Entrada gratis.
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