El primo
Dice Rajoy que si nadie garantiza ni qué tiempo va a hacer mañana en Sevilla, ¿cómo van a decir lo que va a pasar dentro de 300 años? La observación parece ser que se la hizo su primo, catedrático de Física en Sevilla, y no deja de ser candorosa en boca del candidato a la presidencia, por más que uno no dude de que el primo catedrático algo sabrá al respecto. Abrumados por informes, cifras, fórmulas y palabrejas, el candidato Rajoy nos sale a la pata la llana allí donde esperaríamos de él un discurso más fundamentado, o al menos más solemne: mi primo dice. Y esa observación, que podrá resultar chocante, hasta palurda, y que será objeto de bromas, a mí me resulta entrañable, pues creo que resume en su simplicidad y transparencia lo que encierran otros discursos, en apariencia más sesudos, que versan sobre materias científicas. La inmensa cháchara cientifista que nos invade responde, en realidad, a la verdad secreta del mi primo dice, única forma de entender el proceso de ideologización a que está siendo sometido el discurso científico. Se supone que las afirmaciones catastrofistas de Al Gore llevan un aval científico, pero también lo llevan las opiniones de sus detractores, y entre quienes niegan que se esté produciendo un cambio climático, o entre quienes reconocen que lo haya, bien sea por un proceso cíclico natural o bien por el factor humano, ninguno será tan honesto, o cándido, o simple como Rajoy cuando reconoce que se lo ha dicho su primo, aunque la conclusión a la que uno llega es que todos ellos refieren lo que les cuenta su primo.
Nuestro primo, en realidad, y en el mejor de los casos, es un ideólogo
Si el discurso científico siempre ha apuntado a la verdad, ahora mismo parece que empieza a apuntar también en otras direcciones -y digo también porque no creo que haya desistido, en absoluto, de su vocación primera-. Esas nuevas direcciones son mucho más pragmáticas, más funcionales, y pienso que hay que valorarlas no tanto por sí mismas como por los beneficios que puedan aportarnos. Entre los partidarios de la importancia del factor humano en el cambio climático y sus detractores, a uno sólo le queda la opción de elegir, y para ello podemos apoyarnos en un acto de fe -creo en la inminencia del Apocalipsis o bien en la eterna regeneración de la Tierra- o en un cálculo de rendimientos: ¿cuál de ambas tesis nos resulta más fecunda o más beneficiosa para el futuro? Si con el acto de fe no abandonamos el ámbito de la creencia, con la segunda opción nos asentamos en el terreno de la ideología. Nuestro primo, en realidad, y en el mejor de los casos, es un ideólogo. Al Gore lo es; sus detractores, seguramente, también.
¿Tendrá a su vez algún primo confidente James Watson, descubridor con Francis Crick de la estructura helicoidal de la molécula de ADN? Hace unos días se nos ha desmelenado con declaraciones como ésta: "Toda la gente que ha tenido que emplear negros sabe que la igualdad de razas no es verdad". O como ésta: "Todas nuestras políticas sociales [en África] están basadas en el hecho de que su inteligencia es la misma que la nuestra, cuando en realidad todas las pruebas señalan lo contrario". El escándalo consiguiente ha sido mayúsculo, aunque ha habido quienes han objetado que a las declaraciones de Watson, supuestamente fundadas en estudios genéticos, no se les podían oponer consideraciones morales, sino exigencias científicas, de modo que si estuvieran basadas en pruebas irrefutables no habría nada que objetarles. Puedo estar de acuerdo con esa observación, aunque yo sí creo que se le puede formular un reproche, que no sé como calificarlo pero que, en definitiva, viene a ser ideológico. Esas declaraciones sobre la inferior inteligencia de los africanos no las he realizado yo, un profano en estas materias, sino James Watson, un especialista que conoce a la perfección el nivel de progreso de esos conocimientos y que sabe que esas pruebas no existen, como lo ha reconocido posteriormente en un artículo en The Independent: "There is no scientific basis for such a belief".
El reproche que se le puede hacer, por lo tanto, no es de rigor científico, ya que no hablaba con ignorancia, sino moral, en tanto que le venció el prejuicio ideológico al hacer sus declaraciones. No habló en función de lo que él sabía, sino que nos contó lo que le había comentado su primo, ese primo ideológico, que en este caso resulta ser un pelín racista. Lo que Watson hizo fue camuflar las palabras de su primo -"me dan asco los negros", u otras similares- con un discurso que anulara cualquier argumentación -que bien podría ser moral- contraria: "No existe razón firme para avanzar que hayan evolucionado de manera idéntica, etc., etc.". Bueno, espero que celebren bien el aniversario de nuestro Estatuto. Y esta vez no le hagan caso ustedes a su primo.
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