Roland B. Kitaj, un americano nada impasible
El pintor tuvo una gran influencia en el surgimiento del emergente pop británico
No sin tener que pagar un alto precio por ello, Roland B. Kitaj, judío estadounidense nacido en la anodina Ohio en 1932 y fallecido el pasado día 21, se dedicó a hacer todo lo políticamente incorrecto casi desde su primera juventud.
A comienzos de 1950, por ejemplo, inició sus estudios artísticos en la Cooper Union de Nueva York, el lugar, la institución y la fecha de los predestinados al éxito, pero, en vez de dejarse llevar, se enroló como marinero en un mercante que le acabó dejando arrumbado en Europa. Pero Kitaj no se instaló entonces, como era deseable, en París, sino en la todavía desfallecida y peligrosa Viena de posguerra, donde continuaría sus estudios que no terminó hasta pasar por el Royal College of Art de Londres, la ciudad que convirtió en su residencia y en base de operaciones.
De manera que, si desaprovechó la marea del éxito de la América de comienzos de los cincuenta, no lo hizo, sin embargo, en el Londres de finales de dicha década, convirtiéndose en el capo scuola del emergente pop británico, teniendo tras de sí, ni más ni menos, que a Hockney, Allen Jones, Boshier, Caufield, Peter Phillips, etcétera.
Pero ni esta subida al carro de la fama, aunque fuera cambiando de nacionalidad, ni su posterior proyección internacional, más en el continente europeo que en su propio país natal, que le ha seguido negando "el pan y la sal", calmaron el espíritu inquieto y desasosegado de Kitaj, izquierdista romántico y melancólico y, sobre todo, un exiliado contumaz o, quizá, como le gustaría a él decir, "un judío errante". Entre sus deambulaciones, pasó largas temporadas, por cierto, en España, llegando a tener una casa propia en San Feliú de Guixols y frecuentando en su pintura una amplia iconología española, desde Romero de Torres y Picabia hasta muchos otros.
Aunque el éxito artístico de Kitaj estuvo asociado a ser el maestro del pop británico, mucho más pictoricista que el americano, no se le puede clasificar sólo a través de dicha fórmula. Kitaj fue, mejor, un pintor de la nueva figuración europea, cuya elasticidad se acomoda más a su sofisticado y atormentado mundo personal, pleno de referencias cultas y personales. Posiblemente, la forma más adecuada para definir su pintura figurativa es que estuvo determinada por un espíritu sintético donde se mezclaban una red muy compleja de referencias a la vieja pintura histórica europea en la que se pueden encontrar hermanados a Caravaggio y Degas, y una muy destilada comprensión de la vanguardia histórica del siglo XX. Todas estas sutilezas se acompañaban siempre en Kitaj con un concepto del espacio muy aplanado y un uso del color fresco e inquietante. En cualquier caso, lo que está claro es que el papel pictórico de Kitaj es, por personal e intransferible, decididamente original.
La parte final de su vida estuvo muy atormentada, en primer término, por la prematura muerte de su mujer, también pintora, que él atribuyó a las injustas y despectivas críticas que recibió, quizá, él suponía, por indirectamente ofenderle a él mismo. Es verdad que, como tantas veces ocurre hoy, a este Kitaj maduro y consagrado nadie le podía perdonar su independencia, unida a lo que se pensaba era también su bienestar, y que ciertamente recibió al final palos desde todas las direcciones, lo cual no hace falta ni decir que fue improcedente.
Por otra parte, la obra de Roland B. Kitaj no se puede reducir estrictamente a su pintura, porque fue un intelectual de la vieja escuela muy preocupado por cualquier tema, y un escritor de ensayos de primer orden, como su muy celebrado La cera humana.
Para terminar, me parece imprescindible insistir sobre su relación con nuestro país, que no sólo consistió en haber fijado temporalmente su residencia en nuestro litoral, o en haber expuesto su obra e influido considerablemente en algunos de nuestros mejores artistas, sino que se subraya en muchos títulos de sus obras, como, por ejemplo, San Juan de la Cruz (1967), Pasionaria (1969), Primo -un retrato irónico del general Primo de Rivera- (1969), En Cataluña (1975), Cristo catalán (pretendiendo estar muerto) (1976) o el uso de la fórmula medieval de coronación en Aragón que empleó para titular una de sus más célebres composiciones, If not, not (1975-1976).
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