Moscú
En Moscú los ricos tienen el privilegio de aparcar encima de la acera. Ésa es la señal inequívoca de que a uno le salen los millones por las orejas. Cochazos con las ventanillas entintadas acercan el morro a un palmo de la puerta de los hoteles o cabarets de lujo por donde entran y salen tipos gordos orlados por media docena de gorilas con chupas de cuero abiertas, que dejan ver la tripa, pero no los hierros que penden de sus axilas. La vida en Moscú no está para perder un segundo en abrirse un botón de la chaqueta. Ese segundo le puede costar a uno el pellejo. El impudor de la riqueza en Moscú siempre se ve coronado con una rubia de plástico vestida de Dolce & Gabbana. En medio de esta convulsión, la momia de Lenin guarda silencio rodeada de lujosas tiendas que tratan de vestirla y perfumarla para presentarla a la nueva sociedad. En el cementerio de Novodevichi está la tumba de Chejov en un jardín de cerezos. Lo que ha ocurrido en Rusia no tiene nada que ver con la melancolía con que él describió a una nobleza que se desvanecía y que iba a ser sustituida por los criados. Aquí muchos dirigentes comunistas se han convertido directamente en capos. Hoy Moscú ofrece a la modernidad una nueva metáfora. Se trata de un refugio atómico, mandado construir por Stalin en 1952, que acaba de abrirse al público. Es un enorme vientre de hormigón y planchas de hierro, de 7000 metros de extensión y 60 de profundidad, por donde uno camina sobre una escombrera de teléfonos negros, centralillas de teletipos, mascarillas de gas, máquina de escribir y muebles de formica, diseñados con el glamour soviético de los años cincuenta. Mientras las bombas de hidrógeno estaban a punto de reventar el planeta, en las entrañas de Moscú miles de hormigas obreras prepararon esta madriguera para que el alto mando pudiera sobrevivir a una guerra atómica, pero este tinglado de la antigua paranoia lo ha adquirido ahora una empresa privada y como es lógico, pronto se llenará de discotecas, restaurantes, prostíbulos y boleras. Si por casualidad llega el fin del mundo, a los nuevos millonarios de Moscú los pillará comiendo y bailando en este nido acorazado, que Stalin, con gran visión de futuro, preparó para ellos.
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