La velocidad del pensamiento
Lo ideal se considera como fantasmagórico: se ha olvidado que la realidad es más que una sección de la idealidad y que tocar las cosas no es más que una manera entre otras muchas de pensarlas.
Entre política y guerra no hay diferencia sustancial. Son una misma cosa en distintos periodos de su evolución: lo radical en ambas es la lucha por imponer nuestra peculiaridad, lo que hay en nosotros de distinto, de único. Sólo hay un progreso en la calidad de las armas: primeramente no existían otros instrumentos punzantes que las piedras, las espadas, las balas y la política se hizo en la guerra: luego se descubrieron los adjetivos y a la guerra de epítetos llamamos política.
Yo cuando hablo de la educación no me refiero tanto a la escuela -de cuyo poder taumatúrgico no soy creyente- cuanto al medio general de una sociedad como elemento de incesante educación. En este sentido digo que es para mí la democracia una idea pedagógica.
"Entre la política y la guerra no hay diferencia sustancial. Son una misma cosa en distintos periodos de su evolución"
Para la teoría de la alegría. -Cantaban al anochecer unas ranas. ¿Por qué cantan la rana y el pájaro? ¿Por qué habla el hombre? Si me dais saber por qué canta la rana yo os sabría explicar por qué filosofa el hombre en general: el problema biológico del juego. ¿Por qué lo superfluo? El cristianismo nos ha acostumbrado a cierto utilitarismo trasmundano, a amar y venerar sólo lo que para el cielo cristiano sirve. Y hoy nos explicamos más la necesidad de lo enojoso: y a lo agradable solemos llamar superfluo. -¿No necesitará la rana para vivir, tanto como de la charca, del canto?
Sobre los "filisteos de la cultura". -Los que son sabios de opiniones ajenas, pero no se las han incorporado y hecho propias, no son íntimamente sabios. (Véase Phedro, 2756).
En la novela de vida actual se trata de producir un ambiente general tal que los problemas humanos que en la novela se traten nos inquieten porque sentimos que nos son contemporáneos, que estamos expuestos a ellos, que son una "realidad", no algo sobrepasado. Mas para lograr ese ambiente, los hechos y dichos que se refieren los toma el novelista directamente de la vida. La faena es, pues, meramente analítica. De entre la masa de hechos y dichos que vemos y oímos entresacar los representativos. Con tener un poco de sensibilidad daremos en ellos con el ambiente de nuestra época.
En la novela histórica, en cambio, la labor es sintética. Lo dado es una vaga fórmula histórica: hay que condensar ésta en un ambiente: primera síntesis. Pero aún más: los hechos y dichos no están sino en escasísima proporción dados, sobre todo, los hechos de la vida (corriente): éstos hay que inventarlos: segunda síntesis. El problema es pues: dadas tales instituciones, tal literatura, tales hechos políticos, tales medios económicos y prácticos hallar los espirituales que a todo eso corresponden.
Como se ve, la novela histórica no la puede hacer un espíritu realista: al contrario, sólo un espíritu idealista y sintético puede hallar la realidad pasada. El tiempo, al alejar las cosas, las idealiza: y el idealista novelador es el único que puede recorrer en sentido inverso, deshacer una idealización.
Terrible acusación contra la cultura española es que no ha habido en ella ninguna época de universalismo, de Renacimiento. Los problemas humanos, como tales, no nos han preocupado y acaso nos castigue la historia no admitiéndonos en la serie magnífica de los pueblos clásicos (de humanidad). Y precisamente donde únicamente tocamos con algo universal, en el catolicismo, hallamos que es todo lo contrario de una preocupación por lo humano universal: pues es el intento de universalizar nuestra genuinidad, hacer que todos piensen como nosotros, en lugar de buscar ese secreto y último germen de lo humano que explica la innumerable diversidad de opiniones.
El realismo artístico nuestro y el misticismo de los éxtasis parecen apariciones contradictorias y son una misma cosa: inmediatez a las cosas.
Un banderismo pasional, pues las ideas son únicas: en España hay una sola idea que se repite en los partidos políticos como un fa en las octavas de un piano: más aguda o más grave la nota es la misma.
El efecto dramático que producen en el cinematógrafo las cosas vulgares por el mero cambio de velocidad.
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