Buscando un adjetivo para ETA
Sostiene la autora que el aferramiento de ETA al discurso de la violencia le ha desconectado definitivamente de la sociedad vasca.
Hace pocas semanas, en la sección de Cultura de este periódico, José Manuel Caballero Bonald, poeta y novelista octogenario, declaraba que todo escritor ha de indagar en el lenguaje. De sí mismo confesaba: "Yo he perdido la salud buscando un adjetivo". La frase se presenta como una sólida declaración de principios y disciplina lingüística. Bucear en el lenguaje hasta encontrar la palabra precisa y necesaria puede arruinar por un tiempo, no sé si la salud, pero sí la tranquilidad. Encontrar el adjetivo que defina una situación o un estado de ánimo puede presentarse como una tarea tan minuciosa, tan de alta precisión, como una intervención neurológica, siempre cargada de tensión, pero no siempre con garantía de buenos resultados.
ETA ha abocado a un sector del pueblo vasco a una violenta resistencia sin ningún futuro
En su anunciado y cumplido retorno no hay en realidad nada nuevo, salvo la sensación de vértigo y cansancio
El más reciente atentado de ETA, con víctima personalizada, ha desatado en los medios y en la ciudadanía una batería de adjetivos surgidos de la consternación, el cansancio, el hastío y el fatalismo, que ha puesto sobre la ya tensa actualidad, una vez más, el totalitarismo de ETA. En realidad no hay nada nuevo en su anunciado y cumplido retorno, salvo la sensación de vértigo, de ser abducidos en un bucle temporal y un aumento del escepticismo generalizado.
ETA, que en algún tiempo dispuso de un cierto rédito de credibilidad popular, aun cuando sus métodos y planteamientos estratégicos fueran repudiables y erróneos, lo dilapidó hace ya mucho tiempo porque sus odiosas acciones se hicieron incomprensibles e innecesarias. Su trayectoria errática, de justificación imposible para un análisis crítico, e incluso para gran parte de sus simpatizantes, le ha desconectado definitivamente del pulso vital de la sociedad civil.
Todos los juicios, sin embargo, continuarán resbalando sobre su piel de elefante, impidiéndole percibir el sentir mayoritario de un pueblo que hace tiempo que no precisa de tutelajes políticos y, mucho menos, milicias que se le impongan por las armas o la violencia. Su distorsionado sentido de la realidad, política y sociológica, le impide percibir que argumentos estructurados y verosímiles, defendidos paciente y sistemáticamente dentro de un contexto democrático, son la única salida a su imperiosa necesidad, aunque al parecer inconfesable, de participar de una u otra forma en la vida política.
De la relación incontable e imposible de adjetivos y atributos que por méritos propios ha ido acumulando ETA en su historia reciente, ninguno ha sido suficientemente contundente como para traspasar el córtex cerebral de la cúpula que la dirige. De entre todos los adjetivos posibles, destacaría el de esquizofrénica.
ETA esquizofrénica; es la única explicación razonable a la oscura y escindida sinrazón que la dirige. ETA, como una moderna y militarizada Medea, se consume en la pasión funesta de imponer violentamente sus pretensiones políticas, que dejan de ser legítimas para convertirse en estériles precisamente por sus procedimientos expeditivos. Como Medea, sacrifica a sus más próximos y, quizás como ella, no acepta la frustración.
Testimonio directo de este drama es Batasuna que asiste a la fagocitación de sus militantes (casi la totalidad de su Mesa Nacional ha sido encarcelada) y cuya responsabilidad no únicamente ha de atribuirse a la presión de una ley ad hoc, como la Ley de Partidos, o a la instrucción de un sumario de fundamentos etéreos. Pero también ETA habrá de asumir su mucha responsabilidad sobre la situación de un sector del pueblo vasco al que ha abocado a una violenta resistencia sin futuro, sumiendo al resto en un estancamiento político que dice querer combatir
Ciertamente, no han sido ni serán los juicios, ni los adjetivos emitidos sobre ETA los que le animen a desistir de su ciega, sorda y destructiva megalomanía. Tampoco serán los más crudos calificativos los que le hagan renunciar a la apropiación indebida de una representación social, nunca refrendada, ni a su obstinado deseo de permanencia. Los atributos que se le adjudican conseguirán, si acaso, devolverle su imagen degradada en el imaginario colectivo de una sociedad que la rechaza y cuyo decisivo distanciamiento no la vence, pero la aísla y le hace cada vez más vulnerable.
Dadas las circunstancias, sería deseable que todos nos empeñáramos, no ya en encontrar el adjetivo preciso para ETA, sino en encontrar la palabra o las palabras necesarias para paralizar a ETA.
Rosa Sopeña es comunicadora.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.