Desde el anonimato
Sin comerlo ni beberlo, Internet ha propiciado la aparición de una nueva casta de seres virtuales, fútiles existencias camufladas tras el anonimato que la tecnología les dispensa. Los foros de discusión en la Red, lo que podría y prometía ser un revolucionario medio de participación ciudadana, se han convertido con el tiempo en la guarida de los sin nombre, en el reino de los alias, en el protectorado de los cobardes. Allí, cualquiera puede soltar el mayor disparate, la mayor aberración, sin temor a quedar nunca ni en ridículo ni en evidencia.
Hay mensaje, pero no hay autor. Tiran la piedra, pero esconden la mano. Los motes y los sobrenombres -los nicks, en el lenguaje cibernético-, pensados inicialmente para facilitar la libre expresión, les han dado la inmunidad y la impunidad suficientes para transformar estos espacios para el debate y la reflexión pública en auténticos vertederos de basura para xenófobos maquillados, salvapatrias mesiánicos y pitufos frustrados, decididos a vomitar sus miserias ideológicas, personales y también ortográficas. No importa el qué. Eso sí, siempre de incógnito. Sin dar la cara.
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