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Columna
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El tiempo de la injusticia

La falta de tiempo equivale a la injusticia, al menos dentro de los juzgados, y ése es un paralelismo que ninguna sociedad libre puede permitirse. Juan Urbano hizo esa reflexión mientras veía desayunar frente a él a su única mujer y pensaba que, en el fondo, lo que separa todo lo bueno de todo lo malo es siempre lo mismo: aquello con que haga pareja.

Y si esa teoría vale para esa mujer, que en su opinión no es una persona sino un sistema de medida, el que sirve para contar la distancia que hay entre la felicidad y el desamparo; también vale, volviendo al tema de la justicia, para darse cuenta de que la "saturación y el bloqueo" que sufre la Sección Penal de Madrid, la falta de medios y personal que denuncia la Junta de Jueces de ese organismo y la sobrecarga de trabajo que padecen los 52 magistrados que lo componen actualmente, no puede traducirse más que en una sucesión de tremendos perjuicios privados para los ciudadanos y en una alarmante degradación general del sistema. Ya se sabe que a los políticos de esta era neocon y demás, sólo les interesa lo que marque el cuentakilómetros de la economía, que es su brújula y su termómetro; pero visto desde la Bolsa hacia atrás, es mala cosa que a la ley se le pare el reloj, y peor aún que vaya demasiado deprisa, que sea necesario decidir el quién, cuánto, dónde, cómo y por qué de cada proceso a toda velocidad, sin espacio apenas para la reflexión. Otra pareja sin posible final feliz, la de la ecuanimidad y la prisa.

Ya se sabe que a los políticos de esta era 'neocon' sólo les interesa la economía
La falta de tiempo equivale a la injusticia, al menos dentro de los juzgados

Viniéndose un poco más acá de esa queja que acaban de plantear los magistrados de la Sección Penal de Madrid porque se las ven y se las desean para juzgar los crímenes más graves que se producen en nuestra región, hay que decir que sus colegas de otras secciones se sienten más o menos igual de abrumados. Imagínense cómo estarán los jueces que se ocupan de sentenciar los delitos más domésticos o menos graves, los que van desde las demandas de divorcio a los pleitos entre vecinos, si los que juzgan los más extraordinarios, y por lo tanto menos frecuentes, tocan a 12 resoluciones por juez y semana. No es un asunto menor, sino enorme, porque afecta a los problemas reales de las personas comunes y porque a fuerza de repetirse termina por minar una de las bases de los Estados de derecho, que es la confianza en la justicia.

Sin embargo, hay una contradicción en el argumento de los magistrados de la Sección Penal de Madrid, que tras pedir recursos para que la administración de la justicia disponga del tiempo que le hace falta para poder ir más deprisa y se supone que, también, para ser más eficaz, termina por exigir "una reestructuración a todos los niveles de los recursos en el proceso penal" que haga que no sea posible recurrir, como ocurre en este momento, todas las decisiones que toman los jueces de instrucción y permita "repetir en la segunda instancia el juicio celebrado en la primera". ¿Y por qué no?, se preguntó Juan Urbano. ¿Por qué se le iba a negar a los ciudadanos la posibilidad de apelar todo lo que quieran y les permita la ley una sentencia que consideren indebida o arbitraria o improcedente...?

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A Juan Urbano eso le pareció un error tremendo porque formaba otra mala pareja la de lo democrático con lo incuestionable. Al contrario, en un Estado de derecho todo debe poderse cuestionar, revisar, y no deben existir personas ni cargos a los que se dé el valor de lo infalible o intocable. Y más en el ámbito de la justicia, porque a fin de cuentas un tribunal es una institución en donde unos seres son juzgados por otros tan humanos como ellos y, en consecuencia, exactamente igual de capaces de equivocarse.

Juan Urbano se tomó todo el tiempo del mundo para observar a su chica, asomarse a su corazón y decidir que no quería volver a mirar nunca a nadie de ese modo, ni ayer ni dentro de mil años. Es que hacen tan buena pareja y es que las cosas de verdad importantes necesitan hacerse sin agobios, sin urgencias: el amor, la justicia... La rapidez, para las carreras, y la infalibilidad, para las catedrales.

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