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Columna
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¡Peligro, entusiastas!

Los entusiastas siempre han sido una necesidad sentida por los políticos que acceden a posiciones de poder. En ocasiones pareciera que cuanto más encumbrados más necesitados están de recibir muestras de adhesión. Sucede que todo elogio, por desmesurado que sea, les parece insuficiente y cualquier objeción, incluso si se expresa con exquisita dulzura, la estiman excesiva. El poder, todo poder, por su propia naturaleza, reclama adhesiones y es refractario a las críticas que suele recibir como deslealtad inmerecida. Pero además, en la burbuja cada vez más hermética del entorno de los poderosos, se examinan al microscopio las alabanzas que llegan para garantizar su plena sinceridad. En El arte de medrar. Manual del trepador (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), Maurice Joly compendia de modo certero los procedimientos de la escalada y la destreza en abandonar las causas perdidas.

El horizonte electoral -inaplazable porque las legislaturas no son prorrogables y caducan de modo irremediable cada cuatro años- nos tiene sumidos en una pugna de larga duración muy superior a la señalada por la Ley Orgánica 5/1985 de Régimen Electoral General. Los partidos políticos adelantan la progresiva confección de sus programas, empieza la lucha para la elaboración de las listas de candidatos en cada circunscripción, y quienes han sido designados cabezas de cartel multiplican sus apariciones públicas para ir calentando a su electorado. El líder de la oposición y presidente del Partido Popular sigue aferrado al triunfalismo de la catástrofe, conforme a la certera expresión acuñada por el almirante Carrero Blanco. Se muestra convencido del prestigio del fracaso con tanta tradición en nuestro país, donde celebrar o reconocer el éxito parece una villanía lamentable. Los pretorianos de Rajoy, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana, se multiplican en el lanzamiento de vaticinios de innúmeros desastres.

Pero, ¿qué broma es esta? ¿Podría explicar alguien por qué el PP no se sube al carro del éxito en la lucha contra el terrorismo etarra y de paso da la bienvenida a la rectificación del presidente Zapatero, en lugar alimentar el equívoco de que un atentado desastroso pudiera sumar votos a su favor? ¿Tiene algún sentido el empeño en saludar la entrada en recesión de un país como el nuestro que crece al 4%? Cuánto más inteligente sería que Mariano Rajoy dejara en claro, como hizo José Antonio Miquel Silvestre en su columna aparecida en EL PAÍS del 15 de septiembre pasado, que España está blindada contra las turbulencias originadas por las subprimas del mercado inmobiliario de Estados Unidos merced a esas admirables cariátides de la seguridad jurídica que son nuestros Registradores de la Propiedad. Más todavía cuando Rajoy forma parte del Cuerpo del que algunos recelan por la cuantía de sus emolumentos. Otro día habrá tal vez ocasión de hablar del lucro de los colegas pero ahora la cuestión a considerar es la eficiencia probada del sistema que sustentan.

Entre tanto, todo parece dejado en manos de los entusiastas. Ayer mismo, un diario de lealtad pepera titulaba en primera página: "El PP alcanza de nuevo al PSOE". Es decir, estimulaba la movilización de los cuadros socialistas y apostaba por contagiar el vértigo a los electores de izquierda que, pese a la pérdida de fervor zapaterista, podrían sentirse llamados a las urnas para bloquear el regreso del PP. En sentido contrario, un joven diario de acrisolada lealtad monclovita titulaba: "El PP suspende" y obtiene bajas calificaciones. Es decir, desincentivaba a los tibios que al ver ganada la partida preferirían optar por la abstención como forma de expresar su disconformidad parcial con la gestión del Gobierno. O sea que los entusiastas, una vez más, acaban trabajando a favor del equipo contrario y que el resultado, como venimos advirtiendo, podría depender de quien marcara menor número de goles en propia puerta.

Como ha escrito Julián Santamaría en La Vanguardia, comentando la encuesta del Instituto Noxa, vivimos "el contraste entre la capacidad que ha desarrollado el Gobierno para hacer muchas cosas sin encajarlas en el marco de un discurso y la habilidad de la oposición para articular un discurso claro sin hacer una sola propuesta constructiva". Mientras, crece el peligro de los entusiastas.

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