Ourol, el lujo de la educación pública
Sólo 12 niños asisten a clase en el colegio de este municipio .- Para ellos trabajan cuatro profesoras y sobra el material escolar .- En Galicia hay 7 centros en las mismas circunstancias
En 1974, cuando se inauguró el colegio Vicente Casabella, que lleva el nombre del indiano que pagó la escuela vieja -a principios de siglo XX- había más de 300 niños en Ourol. En los primeros 80, el centro se quedó pequeño y hubo que adosarle un edificio más y levantar, también, un bloque de pisos para profesores. Pero, desde la ampliación, el número de matriculados no hizo más que encoger. Ahora, casi todas aquellas aulas hibernan con las persianas bajadas, sólo llenas de silencio. Sus únicos 12 clientes, los 12 únicos niños del municipio, no hacen apenas ruido para tanto pasillo.
Fátima y Mónica, de 11 años; Felipe, de 10; Noelia y Laura, de 9; María, Paula e India, de 7; Omar, de 6; Noemí y Daniel, de 5; e Iván, de 4, son la última esperanza de Ourol, un municipio de Lugo de 1.936 habitantes que ve cómo todas las parejas jóvenes se compran piso en Viveiro. Ourol, el llamado kilómetro cero de la energía eólica en España, estrena estos días una vía rápida por la que transitan, a 20 kilómetros por hora, mil transportes especiales con piezas de molino. Todas las compañías que sacan vatios del viento están en Ourol, pero esta condición ventosa, que ha dado fuelle al empleo, no ha inflado a la par la burbuja inmobiliaria. En Ourol no se construye, y en la farmacia sólo se apilan los paquetes de pañales para la incontinencia urinaria de la tercera edad. La gente viene a trabajar y luego se va a dormir, y a procrear, a la costa.
"Estamos atentas a cada embarazo, a cada familia que llega. Ahora hay ahí unos rumanos... A ver"
Así que los 12 "pícaros" (en Lugo se les dice así a los rapaces) son, gracias a la desgracia local, unos privilegiados. Disfrutan, con cuatro profesoras (tres tutoras más una para Religión) y una cocinera ("Pili, que hace un caldo mucho mejor que el de casa"), de una educación pública de lujo, excelente y exclusiva. Sobre todo en el caso de Omar, que no tiene compañeros de curso porque es el único del CEIP Vicente Casabella que estudia primero.
Mientras Omar aprende a leer; Noemí, Iván y Daniel se afanan en colorear un dibujo sin "hacer barbas" con las Plastidecor, y María, Paula e India estudian las estaciones del año en inglés. En Ourol da tiempo a terminar los temarios, y las profesoras, Pilar Otero (que también es directora); Marian Núñez y Ana Lago, no conocen el estrés. En sus anteriores destinos, lidiaban, al menos, con 20 niños por aula, y aunque ahora tienen que impartir más asignaturas y coger el coche todos los días (porque, como casi todo el mundo, no viven en Ourol), no cambiarían este puesto por ningún otro. "Y eso que somos conscientes de que, si no nos convertimos en escuela unitaria, nuestro futuro va a ser el cierre", reconoce la directora. "Estamos atentas a cada embarazo, a cada familia que llega. Ahora hay unos rumanos que van y vienen... A ver qué pasa con ellos".
No llamarían la atención, los rumanos, en un colegio en el que los nacidos fuera ya representan un tercio del alumnado. Los padres de Felipe e Iván, que son hermanos, vinieron de Portugal; Daniel es madrileño e India, inglesa. Daniel echa de menos los dos cines que tenía en su urbanización, pero no cambiaría por ellos "el pozo de agua fresca, que nunca se acaba" de su nueva casa. Es el único que todavía no ha sido capaz de aprender gallego, porque vive en una aldea de Santa María de Sisto a la que han ido a parar, en los últimos años, varias familias de madrileños. Salvo sus padres, todos están jubilados. Y todos hablan castellano.
India, en cambio, sólo habla gallego y, salvo en clase de inglés, se niega a expresarse en su idioma natal. Sus padres llegaron a Ourol hace tres años, escapando del ruido de Londres. Buscaban un lugar en España con un clima parecido al de la vera del Támesis y lo encontraron en Vilachá. Mientras restauraban una casa en ruinas con sus propias manos, vivieron en una caravana. Ahora están ya instalados, pero el cabeza de familia sigue yendo a trabajar a Londres.
En esa ciudad también sería un lujo un aula de informática tan dotada como la del CEIP de Ourol. En junio cerró la única unitaria que quedaba en el municipio, en Santiago de Bravos, y la triste nueva también bendijo al Vicente Casabella. Llegaron tantos libros que aún no han podido ser inventariados, y a los siete ordenadores que ya había, se le han sumado dos portátiles. Por tener, en Ourol, hasta tienen cursos de "protocolo infantil", para comer y portarse como está mandado.
Aquí, que a uno le tomen la lección no es cuestión de mala suerte: se la toman todos los días. "La educación está individualizada y el seguimiento es total. La observación es directa y absoluta", asegura Marian Núñez. "Lo único que echamos de menos es un profesor especializado en Música". Los niños de este colegio no conocen otra cosa y tienen "miedo" al poblado IES de Viveiro que les espera después de Primaria. "Esto es como una familia y todos nos queremos muchísimo", cuenta Pilar Otero. "Los niños son muy buenos, muy agradecidos. No hay problemas de convivencia". No necesitan dar la nota porque se les hace "todo el caso del mundo".
Los únicos momentos críticos, en este colegio, se viven en Navidad y a final de curso, cuando se celebran los festivales del colegio. Todos los niños son protagonistas y todos intervienen en mil números, pero lo verdaderamente difícil, para las profesoras, es topar obras de teatro con menos de 13 personajes. "Al final, no nos queda más remedio que cargarnos alguno y meterles sus frases a los otros, o que cada niño haga varios papeles. Pero esto es más difícil".
228 taxis para ir a clase
La exclusividad de Ourol no es única en Galicia. Según la Consellería de Educación, existen otros seis centros -colegios de Infantil y Primaria o sólo de Primaria, al margen de las escuelas unitarias- que atienden entre 8 y 10 alumnos. Son el CEIP de Donís (8 niños), en Cervantes; los de Carballido (9) y Vilardíaz (10), en A Fonsagrada; el de Negueira de Muñiz (9); el de Chandrexa de Queixa (10) y el CEP de Pedralonga-Palavea (10), en A Coruña.
Aunque tan excesivo para el sistema como el mantenimiento de estos colegios es el pago de los 228 taxis que acuden dos o cuatro veces por jornada a las aldeas más remotas para garantizar el derecho al transporte de los escolares. Según la Xunta, en Lugo se han contratado este curso 90 taxis que trasladan, por carrera, entre uno y tres menores; en Pontevedra, 65; en A Coruña, 55; y en Ourense, 18. Dependiendo del estado de las pistas, estos taxis son, en ocasiones, todoterrenos. Tal despliegue de medios le cuesta a la Administración gallega dos millones de euros.
Felipe Lago, de 14 años, es uno de los transportados. Vive en Vilar de Outeiro y estudia en Carnota, donde tampoco se venden pañales de bebé. La carretera es "mala" y todos los días hay "brétemas". Y el viaje que en bus, cuando había más niños en la zona, le llevaba media hora, ahora, con Pedro como taxista, se hace en 10 minutos.
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