La nueva política exterior francesa
En 1956, la operación anglo-francesa para recuperar el canal de Suez, que militarmente había sido un éxito, fracasó por la oposición conjunta de Estados Unidos y la Unión Soviética. Las dos potencias europeas se despidieron de la ilusión de que por sí mismas podría desempeñar un papel en la política mundial, sacando consecuencias contrarias. Mientras que, en lo sucesivo, Reino Unido no emprendería nada sin el apoyo norteamericano, lo que de hecho ha supuesto no apartarse un milímetro de la senda trazada desde el otro lado del Atlántico, Francia se distanció de Estados Unidos, convencida de que en una Europa unida aún podría contar en la escena mundial. La reconciliación franco-alemana desembocó en un proceso de integración europeo, cuyo eje central lo constituían los antiguos enemigos.
En 1990, la unificación significó un duro golpe al eje franco-alemán, al desequilibrar la relación mantenida hasta entonces. Alemania pasaba a tener 82 millones de habitantes frente a una Francia que no llegaba a los 60 millones, pero sobre todo se había hundido el anterior reparto de papeles entre una Alemania que era la verdadera potencia económica, con un marco fuerte que se había convertido en la divisa europea, y una Francia que ante las dos grandes superpotencias se permitía una cierta autonomía de que carecía la Alemania dividida.
El eje franco-alemán, que ya se había resentido en 1973 del ingreso del Reino Unido en la UE -que ha actuado desde el principio como su contrapeso-, perdió importancia en 1995 con el de Suecia y Finlandia, países que se mueven en la órbita británica. El golpe definitivo se produjo en el 2004 con la ampliación al Este, que por razones muy distintas apoyaron los países de la órbita británica y los de la franco-alemana.
La nueva Europa de los 27 se ha quedado sin liderazgo claro y sin motor impulsor. A la hora de redefinir la política exterior francesa, Nicolas Sarkozy no ha hecho más que colocarse en la nueva situación, consciente de que ya no podía seguir girando en torno a una Europa económica y políticamente unida, cuyo eje central fuere el franco-alemán.
Los alemanes, como los franceses, por mucho que subrayen la amistad entre los dos países -la canciller Merkel no le sentó nada bien que en el último Consejo Europeo Sarkozy se atribuyera el mérito de haber dado una salida al embrollo del Tratado Constitucional-, saben que el eje franco-alemán pertenece definitivamente al pasado. Y sin él nos encontramos a mil leguas de una política exterior común europea, fundamento de una Europa futura unida políticamente.
A muchos ha sorprendido que, tomando buena nota de la nueva realidad europea, el presidente francés haya diseñado una nueva política exterior que importa no calificar de manera simplista como una conservadora que se mueve en la órbita norteamericana. Cierto, Francia quiere reanudar los lazos tradicionales con Estados Unidos, como los mantienen el Reino Unido, Holanda o Alemania, por no mencionar a los países del Este, pero sigue marcando su tradicional autonomía, asistiendo en Líbano a una conferencia en la que participa Hezbolá, o firmando con Libia un acuerdo de ventas de armas, a la vez que el ministro francés de Exteriores visita Bagdad o habla de una posible guerra si Irán no retrocede en su empeño de fabricar armas atómicas.
Francia está dispuesta tanto a aumentar los gastos militares como a la integración plena en la OTAN. Para Sarkozy "no tiene sentido colocar a la UE frente a la OTAN, porque necesitamos ambas, pero aun así estoy convencido de que va en interés de Estados Unidos el que la UE organice su propia defensa de forma independiente".
Un punto que me parece significativo de la nueva política francesa es que haya cambiado de actitud ante el ingreso de Turquía en la UE. El pueblo francés no tendrá que ratificarlo en referéndum, sino que bastará con su aprobación parlamentaria. Francia vuelve a diseñar una política exterior que sobrepasa con mucho el marco europeo, una vez que la integración política de Europa ha dejado de constituir el principal objetivo.
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