Una mítica de repostería
Todos ensangrentados
El torero José Tomás ha elegido plazas secundarias para su vuelta tratando de huir de esos groupies contrarios al nacionalismo periférico que le amargan la vida más que los revolcones del morlaco
Los toros me dan igual que me dan lo mismo, he asistido en toda mi vida a tres o cuatro corridas, instado por la afición de Paco Brines, que más que crearme gusto me produjeron esa clase de tedio que depara una tarde de fútbol en la que Ronaldinho no está para nada. Para los anti antitaurinos se trata de otra cosa, de un ritual mágico, de un masterclass de saber estar sólo ante el peligro, de un repertorio de gestos que oscila entre la solemnidad un tanto impostada y la pérdida de la compostura por ver de salir por piernas del trance. Y eso que, de adolescente, me puse más de una vez delante de una vaquilla para enamorar a mi chica de entonces, con resultados risueños para mi chica y tremendos para mi endeble costillaje. Doña Cultura y Doña Épica no acuden del bracete a la plaza, pero sí algunos que en vano las pretenden y que ven en la fiesta nacional el arte valiente que tanto descuidan en sus faenas de a diario. ¿O es que, en otro tercio, intelectualillos de mierda, Rocío Jurado no era más grande que María Callas?
Las cenizas del escritor
En mis tiempos de teatrero independiente conocí a un actor, no otro que yo mismo, que se quedó en blanco en un ensayo de Macbeth cuando comprendió las atrocidades que estaba diciendo, tal es la distancia que media entre la escritura del monstruo inglés y la afición a la escena. Pero Shakespeare, que de tanta utilidad le ha sido a Javier Marías, no encontraría hoy editor dispuesto a publicar sus libros, lo mismo que Cervantes o Proust que sobreviven de algunos cursillos universitarios por aquello de los créditos. El calibre de la escritura se mide por el poder de sus metáforas, pero hoy nadie sabe hacerlas salvo como referente global de lo que escribe. El desdén por la metáfora de pequeño formato revela un déficit de talento que fusiona el gran acontecimiento con la diseminación de sus detalles prescindibles. Como Harry Potter, por ejemplo.
Una derecha agresiva
La energía que despliega Sarkozy (quien parece tener, además, la curiosa afición de fotografiarse corriendo en calzones con sus resignados escoltas) induce a pensar en una nueva derecha europea, en la que la también enérgica Merkel sería el otro polo de atracción, frente a una cierta imagen de pusilanimidad de una socialdemocracia en entredicho que nada tendría en claro salvo su remoto origen. Pero no conviene confundir la energía con el cabreo. José María Aznar parecía enfadado con el mundo en general más que con sus adversarios políticos, y Mariano Rajoy se parece más a un bailarín de claqué jubilado que a un candidato resuelto a meterse a España en el bolsillo apenas lleguen Fallas: se teme que le venga grande y libre. Zapatero es Zapatero, con su explosiva mezcla de aciertos grandes y diseminación reiterada de pequeños errores, mientras que aquí Camps es el niño de primera comunión que se echará novia cuando Fabra se lo permita. ¿Energía? Toda la que haga falta, siempre que, como en la danza, esté bien coreografiada. ¿O no es así, poco Milagrosa Martínez?
El Rey quemado
Quemar fotografías del Rey de España cabeza abajo es más una declaración de impotencia que de entusiasmo, y basta con ver las imágenes del asunto para persuadirse de que de triunfar las ilusiones de los que lo hacen o de quienes los inspiran, aquí ni los trenes llegarían a su hora ni los bancos dispondrían de una red de cajeros automáticos en servicio durante las horas que dura el día. Lo malo es ese impulso adolescente que empieza quemando fotos de las figuras de alcurnia para seguir con la purificación que los inquisidores atribuían a la hoguera y terminar por echar mano de las armas de fuego para escabullirse por fin de tanto agravio. Marcuse (Intervención en Korkula) dijo sobre los sucesos europeos del 68 que si los jóvenes eran violentos era porque estaban desesperados. Ahora quizás se trate de que están desfaenados.
Aznar en Crawford
Hay algo peor para un estadista que poner las pezuñas encima de la mesa mientras se fuma un puro, y es fabricar mentiras a destajo para justificar su intervención en una guerra injusta e innecesaria. No sólo no es cierto que el mundo sea más seguro sin Sadam Husein, no al menos mientras Bush siga haciendo de presidente de Estados Unidos, sino que en el acta de la conversación entre Bush y Aznar del 22 de febrero de 2003 queda claro que nunca lo será con gente de esa calaña en puestos de mucha responsabilidad, tan resueltos a discutir de negocios y a hacer pasar sus trapicheos por mesianismo de alta intensidad, mientras subordinan la ratificación de acuerdos comerciales al apoyo miserable a sus guerras de destrucción masiva.
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