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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El último desfile

Hace tiempo que Gaudí emigró a Madrid travestido de Cibeles y, temeroso de quedarse para vestir santos en su tierra, se ha disfrazado de blanco subiéndose al carro de los tules y tafetanes blancos de Rosa Clará, Pronovias y otras industrias del ramo dedicadas al día más deseado y quizá, con el tiempo, el más odiado por bastantes mujeres. En plena eclosión de los fashion, la capital catalana, dormida en sus laureles, entre fuegos, apagones y cercanías que enloquecen, va perdiendo oportunidades, pero aún le queda inercia para encajar eventos que salen al paso. Los pasados Bread & Butter y Fashion Week han sido un éxito y la moda -de qualité o de calle- continúa siendo un buen reclamo. En medio de esta nueva euforia, el agonizante y esquizofrénico Museo Textil y de la Indumentaria de Barcelona muestra Fashion show, una exposición monotemática dedicada al mundo de las pasarela abierta hasta el 28 de octubre.

Se trata de una iniciativa del Musée Galliera de la Mode de la Ville de París que se presentó el año pasado en la capital francesa y ahora se ha adaptado a la medida del museo barcelonés. Tras un planteamiento muy ambicioso: Doble realidad, Las reglas del juego, La memoria del desfile y Santa Eulalia, pionera de la moda, el montaje barcelonés se ha convertido en tres exposiciones distintas, de calidad desigual, que tienen poco que ver entre sí.

En la planta baja se exhibe la primera y más espectacular, ideada por Anne Zazzo, conservadora del Palais Galliera, y montada según una escenografía de Louis Bachelot. Es la parte que corresponde de una forma más genuina al proyecto del museo parisiense. Sin embargo, es tan hermosa como liviana, quizá para hacer gala de lo efímero de la moda misma y del acto fugaz de la pasarela. Destaca el juego conceptual de espectador y protagonista que ejerce el visitante. Pero no es demasiado didáctica, ya que, por ejemplo, resulta totalmente imposible leer las cartelas porque están sumidas en la más absoluta oscuridad. Lucen, por encima de todo, un extravagante modelo neoegipcio de John Galliano para Dior y, muy especialmente, cuatro vestidos de noche a juego de Paco Rabanne que, juntos, reproducen un cuadro manierista en claroscuro; a su lado, piezas de Thierry Mugler, Karl Lagerfeld e Issey Miyake.

En la primera y segunda planta, se diseminan entre las salas de la exposición permanente, que hace tiempo que no se renueva, una serie de piezas de grandes diseñadores que parecen haber sobrado a la hora de adaptar el montaje de París y quedan bastante inconexas y desangeladas, dado el estado de aburrimiento en el que está sumido desde hace años el otrora prometedor museo barcelonés.

Finalmente, en la última planta, junto a las vitrinas -reducidas drásticamente por problemas de espacio- dedicadas a Balenciaga, Pedro Rodríguez, Pedro Rovira y Manuel Pertegaz -la excelente donación de Carmen Mir, ¿ya nunca se expondrá?-, se ha instalado una pequeña sala dedicada a Santa Eulalia, actualmente en plena expansión mediática, de la que ha sido comisaria Charo Mora. Esta otra exposición tiene un encanto diferente del de la situada en la planta baja, es más clásica y sencilla, menos brillante y tecnológica, pero muestra con acierto una excelente selección de documentos y modelos de las décadas de 1950 y 1960 de la casa pionera en desfiles y en moda femenina de la capital catalana.

Pero el Fashion show del Museo Textil y de la Indumentaria tiene algo de fiesta macabra, de fuegos de artificio, ya que tras la aparente euforia se encierra una enorme dosis de melancolía pues, salvo nuevas órdenes, es la última actividad que se celebra en el palacio de la calle de Montcada, ya que cuando se termine el evento se desmantelará el museo, cumpliéndose la condena a muerte que se dictaminó en su día, cuando se decidió unificar todos los museos de artes aplicadas en uno solo, en el futuro mausoleo tecno de Oriol Bohigas que ha de construirse en la plaza de las Glòries.

En Madrid, el Museo del Traje, que cuenta con una colección mucho menos interesante y cuantiosa, sigue emergente, con lujosas retrospectivas, nuevas compras y donaciones; mientras que en Barcelona los valiosísimos tejidos antiguos y la indumentaria de la impresionante Colección Rocamora permanecerán encerrados en diversos almacenes municipales y tan sólo una pequeña parte, dedicada a la moda "moderna", pasará a ser absorbida en el hoy mediocre discurso del actual Museo de las Artes Decorativas situado en el Palau de Pedralbes.

Podría haber pastel para todos, para mantener el magnífico Museo Rocamora -que morirá antes de alcanzar el esplendor que merece- y para prestar algunos buenos modelitos al del diseño. Pero esta vez, el pez grande no se comerá al pequeño, sino que, por una rara confabulación de los dioses, ocurrirá todo lo contrario.

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