Copla y cortijo
En el país de mi cuento los trasfondos siempre son matizados, del tono de la crema del petisú o el envoltorio de una compresa, y suelen hallarse decorados con trozos de cartón y espuma que las discotecas de pueblo rebajaron a horterada hará diez años o más. Por lo demás, ese país se complace en lo rural en todos sus aspectos: prefiere hablar de caza, pesca y ganadería a los problemas de congestión en las capitales, y ameniza sus noches de sábado con verbenas en que los jubilados improvisan pasodobles entre chaparrones de farolillos. Sus habitantes parecen orillar la sesentena, se les ve acudir a encuentros multitudinarios remolcando la fatiga de una juventud consumida bajo el sol de la labranza, dichosos sin embargo de haber alcanzado esa edad en que ya nadie se preocupa de contar sus dientes, y allí buscan novias para lo que resta de otoño. Es cierto que de vez en cuando se ve aparecer a algún joven, e incluso a niños. Aquí los más pequeños atraviesan una edad en que su dotación de desparpajo rebasa en amplitud la de sentido común de quienes los engendran, y se lanzan a recitar chistes o imitar el paso de cofradías con gran alborozo de un público que les ovaciona desde los vomitorios. En cuanto a los jóvenes, preferentemente de sexo femenino, empuñan micrófonos y, entre una ordalía de volantes, melenas ensortijadas y el tartamudeo de una orquesta curtida en convites de boda, se quejan de quereres imposibles y comparan el decurso de la vida, que no siempre es agradable, con una lesión por arma blanca, vulgo puñalada. Y lo peor es que dicho país, a pesar de su rancio olor a sacristía, a pesar de confundir deliberadamente la caricatura con lo que intenta retratar, a pesar, en fin, de todos sus extravíos y patadas en las espinillas, está encantado de haberse conocido y no cesa de proclamar a los cuatro vientos su primacía sobre cualquier otra región de la Tierra, por la generosidad de su sol, la fragancia de su aceite de oliva y el donaire de sus gentes buenas. ¿Reconocen ese país? Yo tampoco, pero me lo encuentro todos los días cada vez que sintonizo el canal autonómico de televisión.
Abogados habrá que replicarán que exagero, en contra de los testimonios ofrecidos por las tertulias de tarde; a esos y otros escépticos, yo los remitiría a las últimas novedades de programación de temporada. Como en una deformación esperpéntica de las cadenas generalistas, la nuestra se ha decantado por apropiarse de formatos fácilmente reconocibles en otros botones del mando a distancia y recubrirlas con un barniz de lo que se considera meridional y auténtico. A saber: en vez de academia que convierta a adolescentes hambrientos de triunfo en orquídeas de un día se ha optado por un concurso de coplas, porque ya se sabe que la bata de cola y el simpecado se avienen mejor con nuestra idiosincrasia; en vez de casa en Guadalix o jungla de Borneo, se ha preferido un cortijo de 1907 (sic), donde los aguerridos concursantes aprenderán cómo hacían pan y enfermaban de escoliosis nuestros abuelos en la época de la siega. A algunos todo esto les parecerá anecdótico y se contentarán con reconocer que nuestro canal autonómico sufre excesos ocasionales de mal gusto y que tropieza más de lo que debiera en los baches más burdos del tópico, pero debo confesar que a mí me preocupa. Si una televisión constituye a la vez un espejo de la sociedad que la mira y el proyecto que esa sociedad aspira a construir para el futuro, entonces los andaluces, más que en la segunda modernización, estamos embarcados en la escenificación de un sainete. Las estadísticas revelan que el perfil de espectador al que Canal Sur no logra sobornar coincide con un profesional joven, urbano, de cultura media o alta, con formación académica y probablemente lego en los misterios de la siembra y los raptos de Antoñita Castro: una realidad social que apenas tiene cabida en su parrilla, a la que se niega a servir de plataforma por lealtad a un andalucismo de mesa camilla, que se confunde con las peores acotaciones de los Álvarez Quintero. Después de esto, vete tú a convencer a los guiris de que aquí no salimos a la calle en faralaes ni sometemos el plan del domingo a lo que decidan las cabañuelas.
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