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Columna
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Se necesita gimnasia

Esperanza Aguirre inauguró la semana pasada en Pinto la precampaña electoral de su partido, pero me resistí a creerlo. Parecía ridículo que alguien inaugurara algo que se ha iniciado desde hace tanto tiempo, lo hiciera el Partido Popular o cualquier otra fuerza política. No lo rechacé, sin embargo, porque a la presidenta le falte disposición para inaugurar lo que sea. Un desgraciado accidente laboral en un hospital madrileño en construcción, inaugurado ya, y acaso más de una vez, permitió recordar hace unos días que Aguirre tiene por costumbre inaugurar también lo que no se halla en condiciones de funcionamiento. Y no es la única que lo hace. Pero nada de lo que pasa desde el día siguiente al 14 de marzo de 2004 ha escapado en Madrid a la consideración de razones puramente electoralistas en la política de un partido, se proclame lo que pasa desde el engañoso ilusionismo electoral o desde el catastrofismo de la misma especie, y sea más descarada o menos la intención de la propaganda o más obvia la demagogia y más simplón el argumento a favor o en contra de lo que se hace o de lo que se promete hacer. A lo largo de la legislatura ha sido tal la bronca que es imposible que su ruido vaya a más en una pretendida precampaña o campaña oficial. Toda la legislatura ha parecido guiada por el afán electoralista que no cesa, y ni siquiera la actuación de la clase política ante las desgracias o en los funerales ha sido ajena a eso. Si una baza fundamental del electoralismo ha venido siendo la lucha contra ETA y las mismas manifestaciones partidistas de las víctimas del terrorismo en las calles de Madrid, qué podría escapar aquí al electoralismo. Tampoco la ministra de Fomento, inaugurando ahora los aparcamientos de la T-4 en Barajas, donde ETA recuperó su actividad asesina, sin que por cierto se le haya pedido en este caso a la ministra la certificación de obra acabada, escapa a la sospecha de electoralismo. Y ni siquiera se libra de esa sospecha su iniciativa de dejar libres de uso las dos plazas en las que cayeron las víctimas de ETA como otro recordatorio funerario que añadir a nuestros monolitos.

Un día más, una semana más, un mes más de campaña, pero nada nuevo. Hasta habíamos percibido, mucho antes de que un debilitado Mariano Rajoy se lo dijera a los suyos, que lo único importante aquí es ganar. Quizá sea ingenuo recordar que para ganar, unos y otros tendrán que examinarse y que la prueba pasa por presentar un proyecto claro. Pero esa noble tarea es en sí misma tan sosegada que no presenta problemas a nuestra convivencia. La que los presenta es la necesidad de que el otro pierda para que ganes tú, y eso es lo que requiere espectáculo y lo que algunos exigen. Se entiende así que los gobernantes de las comunidades autónomas se dediquen al victimismo y lo conviertan en recelos de unos contra otros, azuzando el fuego de la confrontación, para que los agravios comparativos, con frecuencia inexactos, sean empleados para enfrentar a unos territorios con otros y a todos contra Zapatero. Con la esperanza, eso sí, de que no logren romper España bajo la batuta de un muñidor o de una muñidora de elecciones. No forma parte de la tradición de Madrid, tan injustamente tratada con frecuencia desde la periferia, ni el falso victimismo ni los celos, pero las locuras electoralistas pueden hacer de una metrópolis abierta una aldea a la greña.

Hay, sin embargo, motivos para el optimismo. De un lado, los acercamientos de Zapatero a la derecha, edulcorándose más, y de otro, la promesa de Rajoy de que si gana habrá consensos. Una promesa como ésta, por electoralista que resulte, no va a necesitar memoria económica que la acompañe, con lo cual no requerirá el asesoramiento de Rato ni de Solbes, pero sí memoria histórica; no de la que detesta Rajoy para dejar a Franco en paz, sino la que registra nuestro inmediato ayer y está registrando ya el hoy mismo. Y como para eso hay que prepararse desde ahora, es posible que empiece a poner en práctica sin dilación el debido comportamiento que haga posible los consensos cuando gane. Entre otras cosas, porque cuando se ha perdido la flexibilidad del alma humana es necesario hacer mucho ejercicio después para recuperarla. Y el poder no es muy dado a otorgártela así como así. De modo que lo que muchos esperan ahora es que la presidenta Aguirre inaugure pronto un gimnasio del alma. O que le pida a Zapatero que se lo construya para inaugurarlo ella.

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