El ventilador inflamó la plaza de Catalunya
La plaza de Catalunya no llegó a registrar uno de aquellos llenos multitudinarios que, en cada fiesta mayor, se califican de históricos. El tráfico no se interrumpió en los laterales y en el centro de la plaza era posible desplazarse con una cierta comodidad. Eso sí: allí nadie paraba quieto. Ni los más jóvenes, con cara de fiesta y litrona en la mano, ni las parejas ya entradas en años, pasando por los sorprendidos grupos de turistas. Todos hacían suya la fiesta hermanados por unas irreprimibles ganas de bailar consecuencia de la magia contagiosa de la rumba catalana, de la mano primero de Peret e inmediatamente después, de La Troba Kung-Fú.
La cosa no había empezado excesivamente bien. A la hora anunciada, las diez, la plaza ofrecía un aspecto desolador. Tal vez por eso, el espectáculo tardó 40 largos e inaceptables minutos en comenzar. Cuando Peret apareció en el escenario, el ambiente ya era cálido y predispuesto. El gitano del Maresme comenzó pisando fuerte y para reafirmarse irrumpió entre sus músicos cantando La rumba soy yo. Y lo es: lo dejó claro a lo largo de 90 minutos.
Peret se dio un baño de multitudes acabando con todo un icono de la rumba: El muerto vivo. La noche pintaba caliente, pero muchos decidieron marcharse tras su actuación. Curiosamente, se quedaron los más jóvenes, y acertaron. Cuando pasaban 30 minutos de la media noche, el ventilador volvió a apropiarse del escenario y la plaza entró nuevamente en movimiento, esta vez algo más convulso y deshilvanado. La rumba descarada y desinhibida de La Troba Kung-Fú lo incendió todo.
Los de La Garriga, hábilmente dirigidos por el acordeón de Joan Garriga y la guitarra de Muchacho, volvieron a demostrar su fuerza ante grandes audiencias mezclando rumba con reggae, con música tradicional o con cualquier cosa y demostrando que, en el fondo, todos esos ritmos tienen el denominador común de la fiesta. De fiesta mayor se trataba y la Troba pasó arrasando con su anarquismo musical tremendamente contagioso.
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