"¿Quiere un jardín? El Ivima patrocina"
Aguirre zanja en una hora soluciones a cinco problemas de vecinos de Puente de Vallecas
Esperanza Aguirre bajó ayer a gobernar a la calle. Literalmente. Se paseó por las calles del barrio de Portazgo, en el distrito de Puente de Vallecas, escuchó los problemas de los vecinos y allí mismo les apañó una solución. En poco más de una hora, Aguirre consiguió el desalojo de la familia de Luisa Monroi de una casa que el Instituto de la Vivienda de Madrid (Ivima) va a derribar para hacer pisos nuevos a cambio de uno nuevo en el vecindario, escuchó a Jacinto Arribas y su esposa, que viven junto a un edificio a punto de derribar y se quejan de los okupas que viven en el interior, habló con esos inquilinos irregulares, consiguió que el Ivima se haga cargo del traslado del centro de mayores de la calle de Pont de Molins a las nuevas instalaciones cercanas en la calle de Perelada, y planificó en dos minutos un jardín en el parque del cruce de la avenida de la Albufera con Pablo Neruda.
"Hacen pis y caca en la calle", se quejaba Esperanza González de los okupas de enfrente
Tanta actividad gestora no estaba prevista en la agenda. Pero una vecina, Esperanza González, se acercó a la presidenta de la Comunidad de Madrid y le pidió que fuera a ver el barrio. Aguirre hizo acudir de inmediato al lugar al director general del Ivima, José Antonio Martínez Páramo.
Pasaba la una y media de la tarde, cuando una extraña comitiva se adentró por las calles de Vallecas. A Aguirre la acompañaban algunos altos cargos, como la concejal del distrito Eva Durán, periodistas y un pequeño grupo de vecinos. Por el camino, Esperanza González le explicaba a Aguirre que junto a su urbanización hay 30 casas pendientes de derribo, que han ocupado familias enteras. "Hacen pis y caca en la calle... Los olores son terribles", se quejaba del deterioro del barrio.
Mientras, el director del Ivima, que no paraba de sudar, intentaba explicarle a la presidenta que no pueden derribar las casas sin desalojo previo. "Murió una señora, nos entregaron las llaves y esa misma noche se metió en la casa una familia" se justificaba.
Pronto la voz se corrió. A la comitiva se sumaron cinco okupas que coreaban "Especulación, especulación". El grupo de inquilinos que han entrado en los pisos vacíos, que explicaban que esperan que así les den una vivienda, también se incorporó a la comitiva. "La Espe sus realoja", animaba uno de ellos a los mirones.
De una de las casas ocupadas salió de estampida Ruth Fernández con su hijo discapacitado en cochecito. "Mire cómo tengo al niño", le señalaba a la presidenta el ojo inflamado del bebé.
-¿Pero por qué no lo lleva al centro de salud?-, le contestó la presidenta, que pensó que el niño había sufrido un accidente.
-Si me nació así...
Otro vecino, Francisco José Burgos, llevó a la presidenta hasta el parque de la avenida de la Albufera donde cada día juegan de 15 a 30 niños sobre la arena. "Eva, ¿qué hacemos?", planteaba Aguirre a la concejal.
"Césped no, que es muy caro y se gasta agua", se escaqueaba Durán. No sirvió el argumento: "Ahora hay riego por goteo, que puedes poner boj y setos y por dentro unas plantitas", le interrumpía Aguirre. "Venga, yo lo pago. Lo paga el Ivima. ¿Esto es del Ivima?", preguntaba buscando con la cabeza a su director general. Detrás, él tomaba nota de los deberes y, al recibir su asentimiento, Aguirre zanjó: "El Ivima patrocina".
Todavía la concejal ponía pegas, porque decía que el plan general califica esa zona como jardín privado de uso público y no lo podía tocar. "Modifícalo en el pleno y lo llevas al Área de Medio Ambiente ya hecho, que si no se van a negar", le aconsejaba la presidenta, que en su día fue concejal del ramo. Después, le puso plazos: "¿Dentro de cuánto vengo a comprobar que está hecho? ¿En primavera?". Y en eso quedó con los vecinos.
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