Viaje a las raíces del presente
En un momento de convulsión política en la que las autonomías reclaman competencias y se recalcan las singularidades regionales, hay quien pide repensar España con un espíritu tan apasionado como el de la generación del 98 y, eso sí, con un resultado mucho más constructivo que el de hace un siglo. ¿Se asiste a una balcanización historiográfica? ¿Pueden los historiadores españoles tener una visión objetiva de nuestro dramático pasado reciente? ¿Se sigue analizando la historia remota exclusivamente desde el bando cristiano?
"Nunca se había hecho tanta investigación histórica como ahora. Antes sólo dejaban a Hugh Thomas rastrear en el Archivo de Salamanca y hoy tengo acceso a cualquier expediente", se felicita Javier Paniagua, director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales Tomás y Valiente. "Hay un consenso de lo que merece la pena y lo que no y, lo que se hace, tiene cierta dignidad", continúa Paniagua. "La microhistoria está multiplicando su producción y crece el número de lectores, mientras la macrohistoria ha perdido algo de su vitalidad. Los debates sobre las transiciones, por ejemplo, hoy ya no suscitan el interés de antes pero, como se ha dicho alguna vez, 'el análisis en profundidad del particular acerca más que aleja del universal", opina Josep M. Salrach, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra.
"No creo que el investigador se invente la historia. Es el político el que hace su propia interpretación", afirma Javier Paniagua
El medievalista del CSIC Eduardo Manzano lamenta, sin embargo, en La gestión de la memoria (Crítica) que el investigador se convierta a veces en un "profesional de la historia" que depende del poder y se ve obligado a adaptarse a las leyes del mercado para obtener reconocimiento público.
Han sido los investigadores extranjeros, que implantaron el hispanismo como método científico en los años treinta, quienes terminaron con muchos tópicos. "Hemos aportado objetividad al asunto. No tuvimos que tomar partido entre los argumentos de Claudio Sánchez-Albornoz y Américo Castro, por ejemplo, entre hispanidad y convivencia de las culturas", apunta el medievalista británico Roger Collins, ex profesor de las universidades de Liverpool y Edimburgo.
Collins habla de una España "di
ferente" a Europa que no convence a Nicolás Sánchez-Albornoz. Éste, emérito de la New York University, afirmó en un homenaje a los hispanistas en la Casa de América que la dictadura franquista "inventó la singularidad para justificar sus resistencias al cambio, a que España se democratizara". Collins, sin embargo, sostiene que "no se puede comparar su trayectoria con la de los principales países del oeste de Europa, por su relativo aislamiento, su proximidad al norte de África y sus problemas de comunicación por su orografía. Quizás al entrar en la CEE se quiso enfatizar las similitudes". "Mientras que los tradicionalistas pensaban que el feudalismo no existía en Castilla", teoriza, "ahora resulta imperativo decir que existió como en Francia e Inglaterra". Le respalda su compatriota Charles Esdaile, experto en la Guerra de la Independencia: "España es diferente. No hay ningún país en el continente que haya vivido tantas guerras civiles: las tres carlistas, la Guerra Civil... No ha habido ningún país tan militarizado como éste".
Temen también algunos que libros editados con ayudas de los gobiernos locales aporten más a la geografía regionalista o nacionalista que a la teoría histórica. Obras que reconstruyen un pasado legendario -y no constatable- para justificar ser reconocidos como una realidad nacional. Unas ideas de la constitución nacional que se agudizan al ser transmitidas a los niños en las escuelas.
Santos Juliá, Premio Nacional de Historia, recuerda que fue la transición la que fomentó hace treinta años la búsqueda de señales de identidad propia en todas las comunidades autónomas. "Ya en el siglo XIX, para contar un relato histórico se buscaron los fundamentos de la nación".
"Yo creo que es el político el que hace su propia interpretación de lo investigado para adaptarlo a su discurso. No creo que el investigador se invente la historia porque antes o después habría alguien que le rebatiera con datos", razona el valenciano Paniagua, conocedor de esas lides pues durante trece años fue diputado del PSOE por Valencia, momento en el que recuperó los discursos de Azaña en el Parlamento. "Ahora bien, distingo entre los análisis históricos rigurosos y los libros que son reacciones pasionales de los no profesionales"·
Salrach no cree en la "balcanización de la Historia de España, ni en una balcanización de España, aunque el futuro dependerá, en gran medida, de la terquedad de las dos Españas, para utilizar un símil machadiano". En su opinión, el franquismo ha dejado un legado historiográfico que "en gran medida expresa el punto de vista del nacionalismo de 'España una, grande y libre', que culmina un proceso histórico hecho a la medida de Castilla". Una castellanización del país en la que otros pueblos han sobrevivido como tales, reclamando sus derechos y, en la medida de lo posible, ejerciéndolos. "Por ejemplo, aportando su propia visión del pasado y fomentando la investigación y divulgación de su experiencia histórica. ¿Por qué percibir esto como una balcanización?", se pregunta Salrach, experto en política religiosa, social y cultural de la Cataluña carolingia.
Los medievalistas tratan ahora de integrar en el análisis conjuntamente las vicisitudes de los pueblos cristianos, de las comunidades musulmanas y del pueblo judío, cuando antes tan sólo se ocupaban de los primeros. "La atención se centra sobre todo en el estudio de la civilización, el legado y la interrelación -al fin más hostil que amistosa- entre cristianos y musulmanes, por considerar que el desenlace de sus relaciones marcó más decisivamente el futuro de los pueblos peninsulares", explica. Salrach aboga porque el "historiador respetuoso con el sentir de los pueblos peninsulares" evite la palabra "reconquista". "Incluso", concluye, "refiriéndose al territorio ocupado por los musulmanes, debería hablarse de Al Andalus en lugar de España musulmana". Nada que ver con la reivindicación andalusí del integrismo de última hora. Precisamente, conocer bien la historia es un antídoto contra interpretaciones interesadas que abocan a situaciones cómicas que pueden terminar siendo trágicas.
De Altamira al 11-M en veinte tomos
MAÑANA, 23 de septiembre, el diario EL PAÍS ofrece gratis a sus lectores el primer tomo de Historia de España. Una obra didáctica, visual, objetiva y veraz que se pondrá adquirir cada sábado a un precio de 9,95 euros. Veinte volúmenes, de la prehistoria a la actualidad, que ha dirigido y supervisado el hispanista británico John Lynch, especialista en la independencia de los Estados suramericanos y profesor emérito de Historia de Latinoamérica en la Universidad de Londres, donde fue director de su Instituto de Estudios Latinoamericanos.
Javier Paniagua, profesor de la UNED y director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales Tomás y Valiente, ha sido el encargado de actualizar el último tomo, La España democrática, obra del fallecido Javier Tusell -autor también de La dictadura franquista-, para incluir la actual legislatura. "La noche de las elecciones, el 11-M, las políticas sociales, el boom inmobiliario, la vuelta al eje París-Berlín...", enumera Paniagua.
Lynch, por su parte, es el responsable de seis tomos, en los que expone la historia moderna de los Habsburgo, incluyendo una crónica de España integrada en América, los primeros Borbones y la Ilustración. El británico ha dejado en manos de cinco prestigiosos anglosajones otros tantos volúmenes: John S. Richardson (Hispania, provincia imperial), Roger Collins (Los visigodos), Bernard F. Reilly (Reconquista), John Edwards (La España de los Reyes Católicos) y Charles Esdaile (La etapa liberal: 1808-1898).
El resto de volúmenes -La prehistoria, La época prerromana, Los reinos medievales y La Baja Edad Media- tienen autoría compartida, entre otros, por María Cruz Fernández Castro, Martín Almagro, Julio Valdeón y Josep Salrach.
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