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Columna
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Sensaciones

El último tiro de Gasol. El improductivo partido de Navarro. Los tres pases que regalamos en un minuto maldito. Los tiros libres errados. Que Garbajosa no estuviese un poco más en forma. Que las rotaciones o las zonas defensivas hubiesen sido más efectivas. Alguna decisión en la banda o algo más de empuje desde la grada, demasiado contemplativa. Así podríamos seguir hasta mañana.

Cuando pierdes una final de un campeonato por un punto se produce una cierta paradoja. Cualquier detalle, ante lo nimio de la diferencia, adquiere una importancia capital. Por otro lado, son tantas las circunstancias, acciones o actuaciones que con una mínima variación hubiesen podido cambiar la plata por el oro y con ello el 99% de los análisis, que por separado resultan insignificantes e imposibles de jerarquizar.

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Ante lo complicado de la objetividad, vayamos con las sensaciones. La primera es que España perdió, no que Rusia ganó, lo que aumenta la desilusión. Los ya campeones de Europa no hicieron un buen partido y triunfó el menos malo, que no el mejor. Por primera vez y en el momento más inoportuno, España no estuvo a la altura de las circunstancias.

Esto nos lleva a la segunda sensación. El equipo no llegó en buenas condiciones a la final. Transmitió cansancio, en algunos evidentemente físico, como Pau Gasol, y en general psíquico. Ha sido un curso mucho más difícil que el de Japón. Desde el primer día la expectación, el seguimiento, los compromisos y un único objetivo general, el oro, han supuesto una pesada carga. El año pasado primó la ilusión. En éste, la responsabilidad y la autoexigencia de responder a tanto. Ganar el campeonato, hacer disfrutar, corresponder a tanto halago.

Al final, y después del desgaste ante Grecia, al equipo le falló más la cabeza que las piernas, pues muchos de los errores cometidos apuntaron hacia esa circunstancia. Curiosamente, la derrota engrandece lo conseguido. La rotundidad con la que se ha comportado este equipo estaba terminando por relativizar un hecho que nunca se debe olvidar. Es tremendamente complicado colgarse una medalla de oro. Un día, un solo día desafortunado, puede echar por tierra muchas cosas. Esto es un juego y lo protagonizan seres humanos y como tal imperfectos.

Por último, y todavía con el corazón herido, agradecer la grandeza de esta selección en la victoria y en la derrota. No han buscado culpables más allá de su propio rendimiento. Ellos, empezando por Pepu, son los que mejor conocen lo que han hecho bien, regular y mal, que de todo habrá habido. Sólo falta esperar que su análisis, imposible todavía por la proximidad de lo ocurrido, sea tan honrado como su comportamiento. Será la mejor manera de comenzar a preparar su próximo reto: los Juegos de Pekín.

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