Un país de ciudadanos
1. Tal como está evolucionando el debate político en Cataluña, me parece efectivamente que ha llegado al momento de pedir a los actores políticos que, además de lanzar campañas y eslóganes, respondan a la pregunta que siempre se obvia: gobernar, ¿para qué?
La Cataluña de hoy nada tiene que ver con los contextos en que cuajaron los proyectos ideológicos de los que nuestros partidos representan la enésima decantación. Puesto que las sociedades están hechas de personas, lo primero es la demografía. Y la demografía nos dice que los catalanes sólo con nuestro impulso reproductivo seríamos hoy menos de la mitad de los que somos. Las necesidades demográficas del país -que en una sociedad capitalista acostumbran a contarse en términos de fuerza de trabajo- han sido cubiertas por diversas oleadas migratorias. A partir de los años setenta los catalanes reincidimos en la voluntad de no tener hijos hasta tasas de récord mundial. De aquella decisión propia de un país en bienestar creciente viene la realidad demográfica actual. Agotadas las bolsas de inmigración del resto de España, ha sido necesario que vinieran gentes de otras partes del mundo para ayudarnos a que el país pueda funcionar mínimamente. Si por la inmigración interior llegamos a ser seis millones, ahora la inmigración extranjera nos ha llevado ya por encima de los siete millones. Es fácil deducir la complejidad de la composición de esta gran morada que es Cataluña. Más gente, más diversidad, más necesidades.
Esta nueva Cataluña está inmersa en el Estado español conforme a un sistema de relación llamado Estado de las autonomías,un régimen más descentralizado en el gasto que en el poder político pero que no ha resuelto satisfactoriamente la relación entre las naciones periféricas y un Estado cuyos dirigentes se resisten a aceptar sus bases plurinacionales. Prueba de ello es el sentimiento de desconfianza respecto de España que es hoy hegemónico en la opinión pública catalana, que no se puede atribuir simplemente a la capacidad de influencia sobre los medios del nacionalismo catalán. Afortunadamente, la ciudadanía cada vez lo acepta menos como coartada y exige a Madrid, pero también a los gobernantes catalanes.
Además, una y otra, España y Cataluña, están inscritas en el marco de la Unión Europea, que en la medida en que avanza pone más a prueba la ineficiencia de los Estados-nación clásicos, demasiado pequeños para algunas cosas, demasiado grandes para otras. Lo cual no impide que los Estados sigan siendo la pieza articular de esta Unión.
Naturalmente, estas relaciones concéntricas están reguladas por diversos instrumentos jurídicos: Estatuto, Constitución y tratados europeos. Y cualquier propuesta, si no quiere ser demagógica, debe tener en cuenta estos marcos legales y la capacidad de hacerlos evolucionar. España es un país que estrenó democracia hace 30 años, después de una larga dictadura. Y la política tiene sus tiempos. Es tan negativo frenar procesos como acelerarlos más de la cuenta. El arte de la política es un arte de los tiempos reales. Cualquier proyecto necesita modo de financiación y calendario razonablemente posible.
2. Una sociedad compleja como Cataluña debe tener como objetivo un equilibrio interior que garantice la expresión de la pluralidad real y que reconozca a todos sus ciudadanos los mismos derechos y deberes sin distinción de origen ni condición. Se trata, por tanto, de construir un país incluyente en que sólo pueda sentirse excluido el que tenga ganas de serlo y donde el poder político no sea monopolio de nadie. Un país de ciudadanos y no de patriotas, porque la ciudadanía es una condición objetiva, un derecho de todos, y el patriotismo es una opción subjetiva que no otorga ningún derecho particular. La patria no es una deidad preexistente a todos nosotros a la que le debamos culto, no hay otra patria que los ciudadanos que habitan un territorio.
Para ello Cataluña necesita recuperar el poder económico perdido, porque, a pesar de que el crecimiento es alto, en el campo de la toma de decisiones se ha perdido mucho poder: Cataluña no es un lugar neurálgico del proceso de globalización. Y en este sentido la cooperación entre poder económico y poder político podría resolver algunos déficit y dar al país mayor fuerza frente a la dirección central del Estado, además de ser una experiencia pionera en muchas cosas y, por tanto, referencia para otros países.
La fuerza de la tradición cultural de Cataluña es otro factor de su potencia y campo abierto para ganar terreno también en términos de poder cultural. Pero se requiere una mayor dosis de desinhibición y pérdida de complejos, de manera que el cosmopolitismo no genere miedo, sino todo lo contrario. Las culturas pequeñas necesitan hacerse un hueco en el mundo. La endogamia puede favorecer la posición local de sus actores, pero, como decía Kundera, tiende a achatar la foto: se quiere meter a tanta gente que la imagen se hace cada vez más apaisada y corta las cabezas que sobresalen, dejando vía libre a la mediocridad. Mirar sin miedo a fuera: los creadores de todo el mundo están hechos de los mismos materiales. Y aprovechar las oportunidades. Cataluña, por su posición estratégica, puede hacer una función intermediaria, de puente, muy útil. Lo hizo en su momento con la literatura latinoamericana, por qué no convertirse ahora en terreno de acogida y proyección, por ejemplo, de la literatura del mundo árabe.
En cuanto al poder político, nadie debe sentirse excluido. La cuestión de la política es la del reparto del poder. Y las propuestas de refundación del catalanismo que agitan el área de la sociovergencia tienen un tufillo rancio a amigos y conocidos. Los de siempre que quieren seguir gobernando como siempre. Por mucho que uno pueda congeniar con ellos por razón de clase y de círculo de amistades, me parece que es una resistencia lamentable a aceptar que el monopolio del poder en Cataluña no es patrimonio de nadie. A mi entender, si por algo ha sido importante la llegada al tripartito es porque por primera vez el porró cambiaba un poco de familia. Y de golpe, Cataluña se ensanchaba. Ahora falta que la izquierda sepa aprovecharlo. Naturalmente, cualquier proyecto de Cataluña es función de España y de Europa. Consolidada la democracia española, parecía que en una segunda fase se podía abordar la estructuración federal de España. La frustración de esta posibilidad, da alas a los programas de máximos. Y es fundada la pregunta que estos días se repite: ¿Cataluña podría encontrar mejor su equilibrio interior y su fuerza exterior siendo independiente? Es hora de acabar con los brindis al sol. Tanto si se piensa que sí como si se piensa que no hay que argumentarlo. Y sobre todo, hay que saber que lo peor para un país es hacer de la frustración el modo de ser. Resulta muy fatigoso y muy poco estimulante para el país ver como se repiten las grandes proclamas sin ninguna concreción en lo real, simplemente para dar alpiste espiritual a la militancia y ponerla en posición de combate. Hoy la aspiración a la independencia no es mayoritaria en Cataluña ni está probado que, en la actual situación de España y Europa, sea un objetivo capaz de producir más resultados que frustración. En ninguna parte está escrito que esto no cambie. Y es legítimo que algunos empujen en esta dirección. Cuando Europa alcance su plenitud puede llegar a imponerse como algo relativamente natural que los Estados plurinacionales modifiquen sus perímetros. Mientras, lo que tiene hacer Cataluña es demostrar su fuerza y negociar con unos y otros con el lenguaje del poder. Para ello hay que acumularlo en todos los ámbitos (político, económico y cultural), que es la principal tarea del momento. Lo que no es nada saludable es lo que ocurrió en el País Vasco. Ibarretxe presentó un plan, se lo tumbaron en Madrid y apenas nadie rechistó en Euskadi. Es lo que ocurre cuando se quiere ir por delante de la realidad.
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