Un adelantado del agroecologismo
Pedro Suescun, que acaba de publicar sus memorias, apostó ya hace 50 años por el cultivo sin plaguicidas ni abonos químicos
Cuando era niño y trabajaba la tierra con su padre Dionisio y sus hermanos, Pedro Suescun (Lerín, Navarra, 1925) conoció el valor del abono orgánico: era aquel alimento para la tierra que se podían permitir los ricos del pueblo y que en su familia se sustituía por una suerte de compost elaborado con malas hierbas, forraje y restos de la huerta. Suescun acaba de publicar sus memorias, tarea de la que ha salido fatigado, por lo que es su hijo Alfonso quien recuerda parte de su trayectoria. "Es cierto que en aquellos años de posguerra ya habían llegado algunos abonos químicos, como el famoso nitrato de Chile, pero la familia de mi padre no podía pagarlo; no tenía ni siquiera para estiércol. De este modo, fue testigo de la transición de la agricultura tradicional a la moderna", explica.
Pedro Suescun, como tantos otros jóvenes labradores, tuvo que emigrar. Después de cumplir el servicio militar en Vitoria, se marchó a Madrid, donde aprendió los rudimentos del oficio de relojero mientras trabajaba vigilando por la noche la relojería Cronos. Con aquel bagaje, se instaló en Vitoria, donde abrió la relojería Miriam. Suescun siempre destacó por su gran capacidad de trabajo. "A la relojería le dedicaba más de 12 horas al día", recuerda su hijo Alfonso mientras muestra una hoja de publicidad de los primeros tiempos del negocio, en la que se incluía la reparación de cuentakilómetros de coche.
Pero la pasión por el cultivo de la tierra seguía ahí, latente. En cuanto pudo, Pedro Suescun arrendó una huerta, cerca de lo que entonces era el arroyo Abendaño, a las afueras de la Vitoria de 1954. Entonces, el tratamiento químico de la tierra y las plantas estaba a la orden del día. "Es cierto. Tanta era la fama que tenían que, en un primer momento, utilizó abonos químicos, claro. Porque te venía el périto, como se llamaba entonces al ingeniero agrónomo, y confiabas en sus consejos", aclara su hijo Alfonso. Pero pronto se desencantó de este sistema de cultivo. "En parte, porque no tenía un sentido comercial de la explotación. Pero, especialmente, porque descubrió que quizás se ganaba en producción, pero sobre todo se perdía en calidad. 'Este tomate no sabe a tomate', comentaba".
A la apuesta por la calidad hay que sumar las consideraciones que Pedro Suescun mantenía sobre el equilibrio terrenal. Hombre de profundas convicciones religiosas, considera que la Naturaleza y el hombre han de vivir en perfecto equilibrio. "Entiende el mundo como una generalidad y considera que si se agrede a la Naturaleza, ella acaba cobrando esa agresión y pasará factura", comenta Alfonso Suescun. Son teorías vinculadas con el naturismo anarquista aliñadas, con cierta mística hippie o el pensamiento ecologista, de los que, todo hay que reseñarlo, Pedro Suescun no tenía por entonces noticia.
Sí le ha caracterizado también una capacidad de trabajo increíble. Cuando, años más tarde, adquirió una finca en Aletxa, en el valle alavés de Laminoria, los vecinos le bautizaron como La azada mecánica, mientras observaban, boquiabiertos, cómo conseguía sacar de un terreno en cuesta y arcilloso los mejores productos de la zona. Mientras otros echaban herbicidas, Suescun escardaba y escardaba. Y luego seguía la evolución de cada planta. "Cuenta con una gran capacidad de observación y una memoria prodigiosa que le servían para perfeccionar el cultivo de cada variedad", recuerda Alfonso.
Pedro Suescun también abominó de las semillas modernas. Trabajaba con su propio semillero y en más de una ocasión, en la Escuela Agraria de Derio (Vizcaya) o en los cultivos ecológicos de Villanueva de la Serena (Cáceres), por citar dos lugares en los que ha ofrecido charlas y los técnicos han salido seducidos con sus experiencias. "Es cierto que no cuenta con un bagaje teórico que le sirva para explicar sus prácticas, pero los resultados están ahí; sabe de lo que habla", dice Alfonso.
Y luego está su vehemencia. Suescun es un defensor a ultranza de la agricultura ecológica Por ejemplo, cuando se introdujo el cultivo de la cebolla en Álava como alternativa a la patata, se incorporó a la iniciativa. La primera cosecha general, la que empleó abonos químicos y otros tratamientos, no llegó casi ni a los almacenes por su mala calidad. Sin embargo, él con la misma planta, consiguió con su cultivo ecológico ejemplares de exposición. "Su pasión le llevó hasta el despacho del ingeniero agrónomo foral, puso las cebollas encima de la mesa, y le dijo: '¡Mira lo que se consigue con abono orgánico!". Fue, recalca su hijo, una de las primeras reivindicaciones ecologistas en Álava.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.