Vestido de luces
El flamenco, que comparte con los toros una historia común en otro tiempo, se vistió de luces en el coso taurino de Ronda (Málaga) en un reto que se presentaba arriesgado, y más con la cantidad de artistas y disciplinas que se conjugaban. En el espectáculo A las seis y siete en punto de la tarde, que se estrenó el pasado sábado, el riesgo era técnico y escenográfico, porque el cielo abierto no eran el común para este arte, pero la propuesta de José Luis Ortiz Nuevo funcionó. La numerosa sucesión de cuadros no dejó espacio a la monotonía y fue dejando destellos de inspiración por todos los rincones de la plaza desde los que se expuso. En una tarde en la que se rastreaba el recuerdo de Antonio Ruiz Soler, el baile tuvo un protagonismo especial, quizás porque, con su templanza y sus desplantes, tiene algo de taurino. O al revés. Así, en el entorno rondeño, los artistas de la danza parecieron realzar su parentesco con la figura torera. Y eso, a pesar de no estar en su medio y de hacer su arte en el centro de un ancho ruedo que acentuaba su soledad, la misma -a la postre- del torero ante su suerte. Manolete, Javier Barón y Rafael Campallo, junto a Isabel Bayón y Rocío Molina, cuajaron todos faenas lucidas en solitario antes del singular martinete final de los cuatro primeros.
El cante, con Chano Lobato, Carmen Linares, El Pele y Calixto Sánchez, entre otros, fue dicho desde cualquier costado del ruedo. Desde la arena, también cantó el violonchelo de Nicasio, el saxo, y sobre todo, la flauta de Jorge Pardo. Muchos artistas, pero todos ensamblados en una impecable labor de regiduría.
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