La impotencia de sentirte insultado
Me impactó la imagen que el domingo vi por la televisión, cuando Ron Dennis echó a llorar sobre el hombro de su esposa poco antes de subir al podio. No es justo que se haya visto involucrado en un asunto del que estoy convencido que es inocente. Pongo la mano en el fuego por él. Le conozco, he trabajado para él muchos años y sé que nunca haría trampas. Las odia. Es arrogante, odioso a veces, temible incluso con sus enemigos. Pero juega limpio. Otra cosa es lo que pueda haber ocurrido a sus espaldas, en el seno del equipo. Por ellos no pongo mi mano en el fuego; por Dennis, sí.
Y sé lo que él está pasando. Siente la impotencia de quien se sabe inocente pero que descubre que va a ser declarado culpable. Es un sentimiento atroz, que te devora y muy difícil de soportar. Ahora es el blanco de todos los ataques y en la F-1 ya se le ha condenado, incluso antes de que lo que dictamine hoy el Consejo Mundial, porque su carácter a veces prepotente le ha acarreado muchos enemigos. Y, básicamente, porque de ser un simple mecánico se ha convertido en el dueño del equipo más puntero de la F-1, el único capaz de plantar cara a Ferrari y de competir con él en grandeza histórica.
Espionaje siempre ha habido. Yo mismo he pagado por imágenes de piezas concretas de los equipos rivales
Conozco a Ron Dennis y nunca haría trampas. Las odia. Es arrogante, odioso a veces, temible. Pero juega limpio
Al margen de que McLaren pueda haber transgredido muchos artículos del Código Deportivo y de que pueda demostrarse que ha copiado algunas cosas de Ferrari, es evidente que hay presiones de otros equipos para frenar su empuje y dar un duro correctivo a Dennis. Tiene muchos enemigos. Pero esto no es nuevo en la F-1. También Flavio Briatore, ahora director de Renault, y yo mismo, entonces director deportivo y de operaciones, vivimos un año insufrible en 1994, cuando estábamos en Benetton y luchábamos para lograr el Mundial que al final ganó Michael Schumacher con nuestro coche.
Nuestro proyecto hacía gracia cuando ganamos las primeras carreras. Pero cuando se convirtió en una amenaza, las grandes escuderías no estaban dispuestas a que las igualáramos en la pista con la mitad de su presupuesto. Y comenzaron a fustigarnos, directamente o a través de la FIA. Nos acusaron de hacer trampas, de saltarnos el reglamento, de irresponsables, y a Schumacher de no saber conducir y de hacerlo temerariamente. El punto culminante de esta persecución llegó en Hockenheim (Alemania), cuando sufrimos un incidente en el pit lane y, por un error en el repostaje, el Benetton de Joss Verstapen se incendió, provocando un accidente en el que varios mecánicos sufrieron quemaduras de cierta gravedad.
Se nos acusó de haber realizado una modificación en la manguera de la gasolina para ganar una décima de segundo poniendo en peligro vidas humanas. ¡Una barbaridad! Pero la amenaza latía sobre nuestras cabezas y vivimos una angustia insoportable. Me pasé el resto de la temporada viajando a París y demostrando ante la FIA que sus acusaciones eran infundadas. Me sentía impotente ante el poder de nuestros enemigos. Pero no podíamos desfallecer porque Schumacher tenía el título en la mano. Todo el equipo vivió bajo presión, la tensión se respiraba cada segundo. Hasta el punto de que Ross Brawn y Pat Symonds, entonces en Benetton, querían abandonar y dejar la F-1. Al final ganamos el título y fue la mayor recompensa, la única que podía hacer olvidar lo que habíamos pasado.
Espionaje siempre ha habido. Yo mismo he estado escuchando conversaciones de otros equipos por la radio y he tenido fotógrafos contratados para que me ofrecieran imágenes de algunas piezas concretas de los equipos rivales. Pero si te saltas la ética, robas informes confidenciales de un gran coche hecho por tu propio equipo y se los das a tus más directos rivales, todo es mucho más grave. Eso es lo que ha pasado con Stepney y Coughlan. Y es muy probable que más gente de McLaren conociera detalles del informe. Si es así, si realmente hay caso de espionaje, estas personas deberían ser sancionadas. Yo también estoy en esta tesis.
Pero lo que me parece intolerable es el linchamiento moral sobre Ron Dennis. En los años que trabajé con él en McLaren, siempre me demostró lealtad y honradez. En 1990, cuando yo estaba de jefe de mecánicos en Ferrari, Dennis me llamó para llevarme a Tyrrell. Había comprado parte del accionariado y me regaló el 10% para que me convirtiera en su hombre de confianza y dirigiera el proyecto. En un año cambiamos el equipo. Acabamos quintos. Y se requería una inversión en la próxima campaña que Ken Tyrrell no quiso asumir. Dennis y yo nos retiramos. Y Ron me pagó el 10% prometido. No hizo falta firmar nada. Bastó un apretón de manos. Ya antes, cuando había dejado McLaren para irme de jefe de mecánicos a Ferrari, sólo me dijo una cosa: "Si estás decidido, deja al menos que mis abogados te ayuden a redactar el contrato. No quiero que te engañen".
Éste es el Dennis que yo conozco. Y no creo que haya espiado nada. Pero puede acabar pagando las culpas de dos elementos irresponsables, desagradecidos y mercenarios y, tal vez, de algunos de sus empleados que, si se demuestra, actuaron fuera de su control.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.