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Salud y persona

Joan Subirats

Si atendemos a lo que se comenta, muchas profesiones que cuidan a personas y que, por tanto, centran su práctica habitual en el trato diario y habitual con gentes de todo tipo, han ido viendo cómo se deterioraba su trabajo, sus relaciones con los usuarios e incluso el espacio y el tiempo en el que ejercen su labor. Las personas plantean problemas cada vez más complejos, más mezclados, menos manejables con los recursos específicos y especializados de profesiones que, muchas veces, se tecnifican y compartimentalizan, cuando en realidad necesitarían más empatía, más trabajo en equipo y más comprensión global y específica de los problemas que las gentes transportan en mochilas cada vez más pesadas y crecientemente en solitario. Los cambios en el trabajo, en la familia, la mayor diversidad de personas y estilos de vida y el alargamiento de esa misma vida son, sin duda, aspectos a tener en cuenta si queremos adentrarnos en los elementos que ayudan a explicar el nuevo escenario.

El personal sanitario no es el único en sufrir estos cambios, pero es evidente que es uno de los ámbitos donde el tema está más presente. Más gente, más diversa, con problemas mezclados, y no siempre resolubles de manera estrictamente técnica, acuden a centros de asistencia primaria, a los servicios de urgencia o a especialistas de uno u otro tipo para buscar respuestas que los profesionales muchas veces sólo tienen de manera parcial y segmentada.

¿Cómo atender esa nueva realidad teniendo la estructura sanitaria que tenemos? El diagnóstico está en parte hecho si vemos lo que está previsto en el Mapa sanitario, sociosanitario y de salud pública que el Departamento de Salud impulsó de manera estratégica en el curso pasado. Las dinámicas de descentralización, trabajo en red con otros profesionales y servicios, y lógicas de participación ciudadana en todo el proceso son puntos fuertes que avalan ese trabajo. El problema, como siempre, es cómo pasar de lo que tenemos a lo que sabemos que hemos de alcanzar. Es posible que sea necesario disponer de más recursos, pero en muchos casos las resistencias y dificultades para avanzar proceden de la propia estructura, de los propios profesionales del sector. Desde mi punto de vista, los tiempos actuales no son propicios a mantener de manera ficticia monopolios ni clichés estrictamente técnicos para abordar temas y situaciones que precisan de abordajes que mezclen enfoques y recursos de diverso tipo. Y, por lo que veo, en cada profesión -y también en la sanitaria- ello se percibe más como una amenaza para las posiciones previamente adquiridas que como una oportunidad de reprofesionalización.

Lo que ha ocurrido con el decreto que preveía la regulación de las llamadas terapias naturales es bien significativo. A pesar de que en el preámbulo del decreto se decía expresamente que existen "diversas maneras de entender la persona, el diagnóstico, la enfermedad y el tratamiento, relacionadas con la tradición de las diferentes culturas" y que, por tanto, no toda terapia debe limitarse a la medicina convencional, la reacción de los estamentos médicos fue claramente contraria, tanto en Cataluña como en el resto de España. Su recurso a los tribunales ha logrado hacer retirar el decreto. Y todo ello cuando se reconoce que en Cataluña existen unos 3.500 establecimientos, unos 5.000 profesionales y unas 60 escuelas de terapias naturales aproximadamente, y que el 67% de los pacientes con enfermedades crónicas utiliza estas terapias, mientras que un 30% del total de ciudadanos ha recurrido a ellas alguna vez (datos procedentes de un trabajo del Colegio de Farmacéuticos).

El decreto preveía mecanismos de acreditación y homologación para estas prácticas y centros, y unos estándares de formación que dieran mayor seguridad a una práctica que se extiende, y que parece que contribuye a mejorar la atención a los problemas de la ciudadanía.

Me sorprendió, en esa línea, la reacción que manifestó el doctor Santiago Dexeus hace unas semanas en el suplemento Salud de este periódico, cuando manifestaba estar "atónito" ante la creciente demanda de "partos naturales" frente a los avances que había significado en la atención a la madre y al neonato la generalización de la atención hospitalaria en los partos. De alguna manera, el prestigioso doctor atribuía cierta irracionalidad a la demanda de tener a los hijos en casa, en entornos no hospitalarios, o con métodos que fueran más allá del sendero clínicamente ortodoxamente prestablecido. En mi opinión, la aparición de esa demanda tiene que ver con personas que han ido viendo cómo la medicina (dada por supuesta la seguridad) no atiende, en tema tan sensible como el de los partos, los aspectos más humanos, más relacionados con el reconocimiento del otro como persona y no sólo como objeto de atención especializada.

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No debe ser fácil mantener el equilibrio entre una labor profesional que se ha basado históricamente en una relación tremendamente personalizada y de sumisión-confianza del paciente para con el médico y las exigencias de las organizaciones en las que se encuadran hoy casi sin excepción esos profesionales. Lo peor que te puede ocurrir en un hospital es tener la sensación de que eres una simple pieza de un engranaje del que te sientes totalmente ajeno, y si ello ocurre en un tema con la carga emocional que implica tener un hijo, se entiende que muchas mujeres y familias no acaben de estar del todo satisfechas con un proceso que si bien es clinícamente impecable, adolece a veces de sensibilidad y de empatía. Esa falta de trato personalizado, de acompañamiento, puede tratarse de suplir con el uso indiscriminado de alta tecnología, pero ello no acontenta hoy a quien busca no sólo tener seguridad o acabar satisfactoriamente el proceso, sino también saber y ser.

A medida que la medicina se tecnifica y se institucionaliza deja más flancos en sus confines para gente preocupada con su situación que no encuentra acomodo en una suerte de ejercicio en cadena de la medicina. Deberíamos evitar que se vea el progreso tecnológico como directamente proporcional a la deshumanización. Y eludir, proscribir o tratar de no ver las señales de todo tipo que nos llegan al respecto no nos evitará el problema.

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