Niños de primera y segunda clase
Cuando nació mi pequeña sobrina Malen, de eso hace cinco meses, pensé en lo diferente que podía ser su vida de haber nacido en Afganistán, China o Etiopía. Pero he podido constatar últimamente que no es imprescindible venir al mundo en un país conflictivo o subdesarrollado para ser considerado un niño de primera o segunda clase.
El 10 de marzo desapareció Jeremy, un niño canario de siete años, y dos meses después, el día 3 de mayo, desaparece en el Algarve, Maddie, una niña británica de cuatro años. Sin entrar a valorar la culpabilidad o no de los padres, ni en el circo mediático montado en torno a esta última, lo que sí es evidente es el diferente trato dado, en nuestro país en concreto, a una y a otra noticia. Jeremy proviene de una familia humilde que ha contado con el amparo de todo el pueblo canario. La de Maddie es una familia acomodada, que desde el principio contó con el apoyo incondicional de deportistas, escritores, políticos y hasta del Papa. Pero lo que realmente más desazón me causó fue ver la foto en la que el ministro Rubalcaba, haciendo un hueco a su apretada agenda, recibió a los padres de la pequeña desaparecida, en un gesto que le honra, pero que en el caso de Jeremy no se ha dado tal situación. Quizá sea por la imposibilidad de sus padres en costearse los gastos de un viaje a Madrid. Definitiva y lamentablemente parece ser que, dependiendo del poder adquisitivo y estrato social al que pertenezcan unos padres, los niños serán tratados con diferente rasero. Como si el dolor fuera de diferente magnitud en una u otra familia.
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