España sentida
Ayer, en la sede del Partido Popular de la calle Génova, los periodistas acreditaron plena docilidad para formar parte del decorado de la sala sin opción alguna de plantear preguntas a Mariano Rajoy. Momentos antes acababa de ser proclamado por la junta directiva nacional candidato para encabezar las listas a las elecciones generales de marzo próximo. Los colegas aceptaron ser relegados a una mera función auditiva y en atento silencio siguieron el discurso del aspirante a la Presidencia del Gobierno. Parece que en su intervención Rajoy exigió al PP "que su objetivo sea ganar las elecciones y gobernar España" y que enseguida alardeó de su capacidad de "formar 50 gobiernos mejores que cualquiera que pueda hacer Zapatero". Claro que eso de que el partido le gane las elecciones para que él gobierne España suena a aquello del hermano lego: "Dice el padre prior que bajéis a trabajar a la huerta y que luego subamos a merendar".
Todo indica que estamos ante una nueva manifestación del síndrome Popeye, el mismo que llevó a Mariano Rajoy hace días a decir que estaba más fuerte que nunca por haber ganado las elecciones autonómicas y municipales en las que, como se sabe, nuestro protagonista no comparecía de candidato en parte alguna. Pero la designación precipitada de ayer, sin duda precedida de las intervenciones laudatorias propias del caso, es en realidad un intento para contener las especulaciones desatadas a partir de la derrota sufrida en el debate sobre el estado de la nación del pasado mes de julio. Es inexplicable que Rajoy, con tan dilatada experiencia de Gobierno -en departamentos como Administraciones Públicas, Educación, Interior y Presidencia- y tan probada capacidad parlamentaria, se encerrara aquellos días en la obsesión única de solicitar las actas de las conversaciones con ETA y fuera incapaz de buscar las muchas debilidades que su adversario ofrecía.
Nadie comprende que Rajoy siga desde marzo de 2004 en manos de Ángel Acebes y de Eduardo Zaplana. La continuidad de ambos viene a ser el más rotundo desmentido a esa pretendida capacidad de formar 50 gobiernos mejores que los del PSOE. Porque, mientras llega ese momento, podría haber empezado por cambiar su actual equipo heredado del naufragio anterior y formar otro que transmitiera un proyecto de victoria. El tándem Acebes-Zaplana se ha encaramado presuroso en el "triunfalismo de la catástrofe", por decirlo con la afortunada expresión que acuñó el almirante Carrero Blanco. Parecen imbuidos de una satisfacción inconmensurable cada vez que atisban una noticia negativa o una dificultad en el horizonte para nuestra economía. Zaplana proyecta su propia recesión interior y así preconiza los peores males para este país, que resulta ser también el suyo.
Confundir los molinos de viento con gigantes no lleva a parte alguna y echar sobre las espaldas del presidente Zapatero la crisis hipotecaria de las subprimas venida de Estados Unidos carece por completo de sentido. Otra cosa es que los conjuros de ZP -"no habrá crisis"- carezcan de infalibilidad y que su capacidad para ver a distancia también haya fallado más que una escopeta de feria, pero la de Emilio Botín, presidente del Santander, está bien probada. Además, tenemos aprendido que las actitudes se configuran en función de las expectativas y el encuentro del viernes pasado en la Ciudad Corporativa del banco ahorra cualquier comentario. Por eso, las críticas del PP a propósito de la sintonía del presidente del Gobierno y el banquero, "uno de los grandes beneficiarios de la actual situación económica", mientras los ciudadanos pasan dificultades, nos trae ecos de la fábula sobre la zorra y las uvas.
Volviendo a la proclamación del candidato de ayer, parece que después de dar los gritos de rigor centrados en la autosatisfacción el líder del PP, Mariano Rajoy, ha situado a España como lo más importante y ha resaltado que frente a Zapatero carente de una idea de España, él la siente desde Melilla a Ferrol. ¿Aceptará que otros la sientan desde Santurce a Bilbao? ¿Y con qué escala vamos a medir los sentimientos? ¿Cómo distinguiremos los verdaderos de los simulados? ¿Sentir España de modo distinto a Rajoy nos excluye de la condición de buenos españoles? El próximo día hablaremos del logo que propone Zapatero quien, como el PP, necesita para ganar distanciarse de los nacionalistas con los que, si triunfara, se vería obligado a gobernar.
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