Siempre a tope
Tiempo muerto, por favor. Ya, ya sé que eso se pide en otros deportes, no en el ciclismo. Pero yo no me refiero a la etapa, sino a este artículo. Estoy ahora mismo tan agotado que me gustaría cerrar la tapa del ordenador para poder cerrar también los ojos al unísono y echar una cabezadita. Menos mal que no escribo como antiguamente con papel y bolígrafo, porque aún me tiembla el pulso del cansancio. Quizá nadie echaría en falta mi artículo en la edición de mañana del periódico, no lo sé. Quizá en el único sitio en el que notarían la ausencia sería esta noche en la redacción de EL PAÍS. Seguramente. Pero bueno, ya que me he lanzado, seguiré hasta el final, que a lo tonto ya llevo unas líneas.
Hoy han sido 214 kilómetros de etapa, y para mí, y aseguro que no estoy exagerando absolutamente nada, todos y cada uno de ellos han sido de agonía. Como llevamos al líder, tocaba controlar la etapa desde la salida, así que nada más darse el banderazo allí estaba yo con mis compañeros poniendo orden en la cabeza del pelotón. Lo que no sabía -aunque ya me lo imaginaba- era que lo peor del día llegaría muy pronto. Porque después de 12 kilómetros comenzó la subida del Coll de Fadas, de segunda categoría, y como hasta allí no se había forzado la escapada del día, comenzaron a atacar y contraatacar en las rampas de la subida, y yo, exhausto, perdí contacto con el pelotón.
Me tocó por tanto subir a tope para ceder lo mínimo posible, y bajar también a tope para volver a reintegrarme al pelotón. Aproveché cuando adelanté a los coches para cargar mi espalda de botellines para mis compañeros, y vuelta a la cabeza del grupo. Afortunadamente, la escapada ya estaba formada, así que según llegué, me tocó ponerme a tirar para que la diferencia no se disparase. La situación continuó así durante muchos kilómetros, aunque la lucha era desigual, pues nosotros tirábamos tres y por delante eran -eso creo- 18, aunque no sé cuántos de ellos tirarían. A mí me tocó vaciarme (nunca les concedimos más de cinco minutos) hasta la subida al Puerto del Cantó, y allí ya perdí definitivamente el contacto con el grupo. Y en ese justo momento comenzó para mí la segunda parte de la etapa, que era tan simple como llegar hasta la meta de Arcalís. He dicho simple, que no fácil, porque con la paliza que ya llevaba en el cuerpo, no fue nada fácil alcanzar la cima andorrana.
Pero bueno, todo pasa y ya llegué. Y llegué, encima, contento cuando supe que mi compañero Denis había ganado la etapa y que era todavía más líder. Que tu trabajo sirva para algo siempre es una satisfacción. Y cuando se trata de gente como Denis, todavía más. Y lo mejor del día es que ha terminado, porque mañana toca por fin día de descanso. Y yo no sé otros, pero puedo asegurar que lo necesito como nadie.
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