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Reportaje:Tenis | Cuarto triunfo sucesivo del 'número uno' en el Open de Estados Unidos

Federer, doce veces 'grande'

El suizo derrota al serbio Djokovic, que le puso en apuros y demostró calidad y ambición para llegar a la cima

Fue una revuelta con banda sonora. Sonaba el I feel pretty de West Side story por los altavoces de la pista Arthur Ashe. Tronaba la canción de amor que puso pausa a una película con dos bandas enfrentadas. Y, sobre el cemento, el motín de Novak Djokovic, un tenista enfrentado al orden establecido, el líder de la banda de los jóvenes talentos, un veinteañero a un punto de darle un susto a Roger Federer. Djokovic pegaba. Djokovic tiraba. Djokovic estaba a las puertas de ganar el primer set, 40-0, el mundo y la final a sus pies.

Su gran momento duró cinco minutos. Tres golpes. Y murió con la banda sonora de sus gritos, de su raqueta chocando contra el suelo, del veneno que escupía su boca. El serbio llegó sintiéndose estafado al desempate en las dos primeras mangas. En ambas tuvo antes puntos de set. En ambas los desperdició. Enfrentado al rey de la muerte súbita, perdió, claro. Y, aun así, dejó su primera final de un torneo del Grand Slam confirmado como ambicioso, con madera de histrión y golpes de estrella.

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Federer, que ganó (7-6, 7-6 y 6-4) su duodécimo título grande, el cuarto seguido en el Open de Estados Unidos, es un jugador total. Cuando ataca, rompe mandíbulas. Cuando se defiende, muñecas. Y, a mitad de camino, convierte cada golpe en material de videoteca, cada gesto en referencia para el estudio, cada toque en alta cocina.

No ante Djokovic. No en Nueva York. No vestido de negro. El suizo lamentó los soplidos del viento. Sufrió los pelotazos de Djokovic, incisivos, agudos, estiletes sobre el cemento. Y se impuso casi por inercia, sin encontrar resguardo en su derecha, ayuda en la volea ni defensa en las piernas. A Federer le sostuvo el servicio. Su capacidad para olfatear el miedo en el adversario. Y su intuición de prestidigitador, funambulista fascinante capaz de escapar a los callejones sin salida en los que pareció encerrarle su rival varias veces.

Fue una final deshilachada, sin espacio para preciosismos. Hubo tensión. Djokovic fue la personificación del deportista sin complejos. La prudencia, dicen los libros, es virtud de primer orden. Ni un gramo tuvo el serbio. Jugó sin escudo, red ni salvavidas, generoso en la apuesta e inteligente en el juego. Lo agradeció el espectáculo. El serbio es un jugador agresivo por naturaleza, ácido por definición y espectacular por vocación. Su juego tiene un punto efectista, pero siempre lo acompaña de un carácter competitivo impecable. Fue capaz de superar su revés del primer set para buscar el segundo. Tuvo fe para aguantar la pérdida de éste sin ceder en el empeño. Y sólo durante el tercero, cuando se le escaparon dos bolas de break, empezó a desesperarse.

A Djokovic, apoyado desde la grada por Sharapova y toda su familia uniformada, le paró los pies el número uno mundial. Esta temporada sólo los dos mejores jugadores han sido capaces de cortarle el camino en los torneos del Grand Slam. Rafael Nadal lo hizo en las semifinales de Roland Garros y Wimbledon. Federer, en los cuartos del Open de Australia y ayer. La actuación del serbio en Nueva York, sin embargo, es todo un aviso para el número dos. La constatación de que hay un tenista diferente para el resto del circuito. Y una llamada de atención para Federer, campeón por un centímetro.

Final femenina: J. Henin (Bél.)-S. Kuznetsova (Rus.): 6-1 y 6-3.

Roger Federer grita tras un tanto ganador.
Roger Federer grita tras un tanto ganador.REUTERS

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