'La carabina piripi'
ÉSTA ES una historia ejemplar: demuestra que las buenas acciones siempre obtienen recompensa. Ésta es la historia de cinco amigos, cómicos y residentes en Toronto, miembros de la troupe de comedia Second City. Dos de ellos, llamados Bob Martin y Janet van de Graff, iban a casarse. Los otros tres -a la sazón Lisa Lambert, Greg Morrison y Don McKellar- no tenían suelto, así que decidieron escribir y componer un minimusical como regalo de bodas. (Ésta es la buena acción). McKellar firmó el libreto y Lambert & Morrison los cantables. El texto, que duraba apenas media hora, era casi un pastiche del mejor Wodehouse, y la música un descarado homenaje a Gerswhin, Porter, Kern y todos los maestros de la edad de oro. Janet van de Graff, entusiasmada, dijo: "Seré la protagonista". Bob Martin, reflexivo, dijo: "Habría que alargarlo un poco ¿no?", y se puso a escribir un monólogo, el suyo. No está claro quién le puso el espantoso título de The Drowsy Chaperone, a traducir como La carabina piripi, dos términos que no se utilizan desde que el inmortal Segura dejó de dibujar Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte en el Pulgarcito. El caso es que el material comenzó a crecer. Cuando ya duraba una hora y media (sin intermedio), y aquí viene lo ejemplar de la historia, un productor de Broadway (sí, el genuino mirlo blanco) vio la función y dijo: "El título es espantoso, pero el resto tiene mucha gracia". Los cinco le convencieron de que el título, de puro horrible, también era gracioso. Coló. Esto sucedía a finales de los noventa. El productor se llamaba Roy Miller y tardó un poco (hasta 2006, concretamente) en estrenar The Drowsy Chaperone en el Marquis Theatre (ésta es la recompensa) pero ya se sabe que en Broadway las cosas van lentas. Los críticos americanos aplaudieron muchísimo, los carteles se llenaron de adjetivos ditirámbicos (Exhilarating! Mesmerizing!), el público acudió en masa y la función se llevó cinco Tonys, que se dice pronto. Yo la he visto este verano, en el Novello del West End, y también me ha parecido muy graciosa y muy entretenida. Es un pastiche, eso ya se ha dicho al principio, pero lleno de brío y con números que cortan el hipo. Estaría muy bien que los productores de aquí compraran los derechos. Si tuvieran liquidez, porque un poco cara sí es. Se lo cuento. El protagonista (el propio Bob Martin, un cruce entre Danny Kaye y Woody Allen) vive en un pisurrio miserable, está deprimidísimo y decide compartir con nosotros la joya de su colección de discos: un olvidado musical que se llama, casualidad, The Drowsy Chaperone. Martin es un monologuista fuera de serie, y nos va a transmitir su amor por el género, y a contarnos la vida y milagros del reparto original, allá por los años treinta. Tan contagiosa es su pasión que a los diez minutos, el pisurrio se convierte en una mansión con escalinatas de mármol y por la puerta de la nevera hacen su entrada los arquetipiquísimos personajes. El argumento de la joya "perdida en Boston" es una chorrada esplendorosa. La bella Jane Roberts (Summer Strallen), heroína de películas mudas con mucha acción (una indisimulada parodia de Pearl White), se va a casar con el apuesto Robert (John Partridge), boda que quiere impedir a toda costa el productor Ziegfeld, perdón, Feidzeig (Nick Holder), para que no le maten dos gánsteres (Cameron Jack, Adam Stafford) que han entrado en la casa camuflados de cocineros. La mansión donde se celebrará la boda pertenece a la acaudalada Mrs.Tottendale (Anne Rogers), una jamelga estilo Margaret Dumont, liada con su mayordomo, Underling (interpretado por Nickolas Grace: le recordarán como Anthony Blanche en Retorno a Brideshead). El productor quiere juntar a la bella Jane con un ultraseductor latino llamado Adolpho (Joseph Alessi), que lleva el tupé más espeluznante desde Liberace. También corre por allí una rubia platino, Kitty (Selina Chilton), amante del productor y, casi se me olvidaba, la carabina achispada del título, interpretada por la veteranísima Elaine Page (Evita, Cats, Sunset Boulevard) y que aquí parece la respuesta británica a Margot Cottens con la voz brassy de Ethel Merman. La acción se para cada dos por tres, porque al amigo Bob se le encalla la aguja en el vinilo o comenta lo que veremos ("la letra es vomitiva, pero no se pierdan la música") o, en uno de los mejores gags, se equivoca de disco y salen todos vestidos de chinos, con un impresionante decorado de templo oriental, para cantar un número de The Gay Geisha, parodia de The King and I (y Miss Saigon, claro), titulado What is about the Asians that fascinates Caucasians? Creo que ya se habrán hecho una idea de por dónde van los tiros. El espectáculo, dirigido y coreografiado por Casey Nicholaw, es el mismo que se vio en Broadway y, salvo Bob Martin, todo el reparto -excelentísimo- es británico. Elaine Page está tronchante, sobre todo cuando Adolpho intenta seducirla (y viceversa), pero es casi un cameo de lujo: la verdadera protagonista es la inmensa (en todos los sentidos: menudo cuerpazo) Summer Strallen, que se mete al público en el bolsillo desde su primera aparición (Show Off), un prodigio de canto, baile y acrobacia, donde demuestra todas las habilidades de su personaje: pegar saltos mortales con cambio de traje incluido y escapar de un baúl cargado de cadenas. Hay otra escena memorable (Accident Waiting to Happen), en la que John Partridge decide emular a su novia bailando con patines y los ojos vendados, así como el enfebrecido doble claqué (Cold Feets) que se marca con su padrino de boda, George (Chris Bennett). En la apoteosis final (I Do, I Do in the Sky) se levanta el techo para que todos (y también Bob, faltaría más) vuelen hacia el paraíso de los musicales en aeroplano, pilotado por una dama llamada Trix the Aviatrix (Enyonam Gbesemete). Los críticos ingleses, que son unos cierzos, han puesto The Drowsy Chaperone al caer de un burro diciendo que es "puro escapismo". Otro gallo nos cantara si hubiera escapismos así cada semana. O cada mes.
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