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Reportaje:TEATRO

La zarzuela, mejor que Wagner

Javier Vallejo

En 1993, mientras su hermana gemela Icíar dirigía su primer corto, a Marina Bollaín la tumbaron en las pruebas de acceso a la escuela superior de canto de Berlín. "Con mi nivel de solfeo no podía competir con las japonesas, que llegaban con la carrera terminada a estudiar repertorio alemán. Pero me enteré de que había otra escuela en el antiguo sector Este: allí no habían visto a una española jamás, les caí en gracia y me admitieron". Fue a Berlín para un año y se quedó once: cuatro estudiando canto y después dirección escénica. "Desperté a esta segunda vocación durante un taller con Ruth Berghaus, ex directora artística del Berliner, que me hizo volar cantando un aria de Leoncio y Lena".

Bollaín debutó en la dirección en 2001 con Adiós Julián, espectáculo que enhebra romanzas, dúos y coros de zarzuela. "Lo estrenamos en la Kulturbrauerei de Berlín, antigua fábrica de cerveza, con un público que se partía de risa. Los cantantes, los músicos, el director orquestal, todos eran compañeros míos de la Hochschule Hanns Eisler. Cosechamos críticas excelentes: me comparaban con Almodóvar, por el sentido del humor, aunque poco tenemos que ver".

Después, llegó Adiós Julián a Buenos Aires y a San José de Costa Rica. La semana próxima lo estrena en España en el Teatro Albéniz, de Madrid, con la Orquesta y Coro de la Comunidad. "Me encanta la zarzuela", comenta. "En Berlín me di cuenta de que tenemos un tesoro musical y teatral único, con el que podía ganarme la vida mejor que con el repertorio alemán: allí apenas conocen el género. Reuní números de amor y de celos de una decena de obras y los hilé de manera sencilla, con ayuda de Armin Pommeranz, que hizo los arreglos con sentido del humor y redujo la partitura para una orquesta de diez profesores".

Tras el éxito de Adiós Julián, montó La verbena de la Paloma en Berlín. "La zarzuela es un teatro musical brillante, divertido, infinitamente superior a la opereta, que encuentro más cursi. Sin embargo, de niña jamás me llevaron a ver una, y las que hacían en TVE me espantaban. Me aficioné en Alemania, escuchando mucha otra música", comenta.

"Viendo las óperas de Wagner, mientras hacía cursos en Bayreuth, se me abrieron las orejas. En vez de parecerme de menos, la zarzuela empezó a parecerme entonces de más. En su justo sitio: no es un género mejor ni peor que otros, pero tiene muchísima gracia. En su época, era un banco de ideas, como hoy puede serlo la publicidad: estaba más viva, era más fresca y desprejuiciada que la ópera. Claro que las hay muy rancias, auténticos bodrios".

Aprendió a amar la zarzuela

escuchando a Wagner: eso es digno de un personaje de Mihura. "Lo que le aseguro es que el repertorio musical español lo descubrí fuera de España. En la Escuela Superior de Canto de Madrid se cultivaba poco. Aquí, en cuanto la gente puede, intenta cantar lied, canción francesa e italiana. Me puse a rebuscar en nuestro repertorio porque ahí vi mercado, hablando pragmáticamente. Y porque era el terreno donde mejor me movía. Unos guitarristas alemanes me llamaron para cantar a Granados y a Falla, y perseveré. Para interpretar a Bach hay toneladas de gente, y, al ser extranjera, hasta la señora de la limpieza te corrige la pronunciación. Cuando cantaba en español, se quedaban mudos, y lo bordaba".

Adiós Julián. Madrid. Teatro Albéniz. Del 13 al 16 de septiembre.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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