_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ñoñez

Rosa Montero

Ya se sabe que regresar de las vacaciones siempre es cosa dura, pero este año yo he pasado por un momento de terror pánico cuando, al llegar a casa, me he visto asaltada por los exorbitantes panegíricos, las loas lacrimosas y la chundarata fúnebre en torno a Lady Di. Atiza, me dije, espeluznada, esto sí que es un retorno de órdago: no sólo he vuelto a mi trabajo, mi rutina y mi vida habitual, lo cual ya es bastante difícil, sino que he vuelto a mi vida habitual de hace 10 años. Todo un viaje al pasado.

Luego, claro, me fijé un poco más en las noticias sobre la princesa, y me di cuenta de que no estábamos en 1997 y de que el tratamiento del tema era distinto. Es decir, peor. Hace 10 años tuvimos que soportar un estallido monumental de histeria pública, pero a fin de cuentas la princesa acababa de fallecer y además, pese al instantáneo proceso de mitificación de Diana, su figura todavía era presentada con algunos matices, con su bulimia, sus desequilibrios psicológicos, sus contradicciones y su pequeña tragedia de mujer no demasiado inteligente y no demasiado sensata colocada en un lugar imposible. Lo pasmoso es que ahora, una década después, la historia vuelva a ocupar en los medios un espacio tan descomunal e innecesario, y que lo haga además con un tono de ñoñez incomprensible. Incluso las televisiones públicas han emitido reportajes alucinantemente tontos sobre la pobre princesita buena que, maltratada por la mala madrastra (perdón, suegra) y con el corazón roto, se dedicaba a las más bellas obras de filantropía. Han hecho de la princesa un cuento de guirlache, y me pregunto para qué necesitamos tanto almíbar.

Pienso que mitificar es peligroso y siento una instintiva repugnancia ante los duelos colectivos e histéricos, pero aún así creo que, cuando alguien llora a lágrima viva por la muerte de un famoso al que no conoce de nada, sea Lady Di o Rocío Jurado, probablemente está llorando por sus propias penas y por el dolor de la vida. Es decir, probablemente hay algo de verdad en ello. Pero esto de ahora, 10 años después, este fingimiento gazmoño de la historia de Diana y este sentimentalismo mentiroso y obsceno, me parece simplemente una indecencia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_