El regreso
Para la mayoría se acabó lo que se daba, es decir, comenzó la vuelta de las vacaciones agosteñas, con un generalizado déficit en la ilusión por pasar unas semanas de relajo en la playa o el monte. El verano sólo ha sido un poco más caprichoso que otras veces, aunque tendemos a singularizar la decepción que el mal tiempo -malo para nuestros planes- ha señoreado la península. Se equivocó, no sólo la paloma de Alberti sino la meteorología, manejada por las agencias de viajes, en lo que a las montañas y litorales se refiere: lluvias sorprendentes, frío en el tostado sur, marejada y sequía en el Cantábrico. El regreso trae en las maletas los intactos vestidos vaporosos y frescos, el traje de baño apenas usado y un mortecino bronceado que nos ha salido carísimo.
Han apretado los sofocos en la capital, perdida alguna de las resignadas ventajas que tuvo, cuando fluctuaba entre el millón y el millón y medio de habitantes. Hace cincuenta años aún podía repetirse la frase, ingenuamente cínica, ahora sin sentido: "En Madrid, sin familia y con dinero, Baden-Baden", en primer lugar porque las vacaciones del común son tan cortas que las consumen las familias unidas; en segundo, porque el costo de la vida y las terroríficas expectativas otoñales han dejado tiritando a la economía de la gente común y, por fin, nadie sabe dónde cae Baden-Baden, ni los atractivos que tuvo entre el motejado como venturoso siglo XIX o, por mejor decir, decimonono, según el famoso ripio, y el primer tercio del que acabamos de dejar atrás.
Quedémonos en el fiel ecléctico de que cualquier tiempo pasado fue distinto aunque, dicho de una vez por todas, siempre lo ido parece mejor, por la sencilla razón de que gozamos de ese período transitorio y fugaz que es la juventud. Desde la avanzada vejez donde me hallo, empiezo a sentir un placer especial en proclamar que el único futuro cierto de los jóvenes es llegar a la ancianidad y el feliz estado que disfrutan tiene fecha de caducidad, o sea, el asunto del polvo, la ceniza y la nada.
El entorno ha variado, puede que en mayor medida que nosotros mismos y es preciso un esfuerzo mental para recordarnos en otra edad, la nuestra, la que fue. Esta ciudad se desmesura, sobre todo para quienes vivimos otra más manejable y a la medida. Vuelta a casa, para seguir subiendo los peldaños de esta escalera mecánica interminable, una de cuyas ventajas es ignorar, de verdad, qué nos espera en el último rellano, algo que no contarán los que, en estas fechas, disfrutaron o padecieron esas eternas vacaciones de las que no hay regreso. En la cosecha del último verano cayeron algunos famosos entrañables: Emma Penella, la vida consagrada a la farándula, el destino paralelo de tres hermanas, Elisa Montes, la cordial y entrañable Terele Pávez, recuerdo de su ronca amistad, lejanas noches de whisky y risas, cada una con su nombre, destino y nombradía. Nos sorprendió el mutis de Francisco Umbral, quizás el acto más discreto en la vida de un tímido que fabricó su leyenda del matasiete literario. Paco Umbral ha sido una excelsa pluma, al tiempo que jamás le inquietó si lo que escribía era cierto o no, puro refulgente estilo, maestro sin discusión del perecedero y perfecto artículo diario. Otro del que quizás escriba, José Luis de Vilallonga. Todo es ida y vuelta, menos el golpe de campana que nos deja, sin remisión, fuera de combate. Y el desdichado futbolista del Sevilla, sacrificado en el altar de la gloria.
Esta crónica tenía el firme propósito de no mencionar el campeón de los especímenes estivales en nuestra ciudad, el extinto rodríguez, galán de rebajas en la noche madrileña, infeliz presuntuoso e inofensivo, que debió morir, colectivamente, hace más de veinte años, sin dejar rastro, ni siquiera ese redoble necrológico y bastante hipócrita, al que tiene derecho cualquier famoso que cumple el inevitable trámite de doblar la servilleta y desaparecer. Sospecho que el grotesco rodríguez acabó con el invento inquisitivo del teléfono móvil. Ya estamos aquí, cerrando filas, para taponar la ausencia y el recuerdo de todos aquellos que no llegaron al mes de septiembre.
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