El delfín
Con su apabullante victoria sobre el trazado adriático -y la mala fortuna de sus principales rivales- Jorge Lorenzo ha dado un paso de gigante en su camino hacia la revalidación del título de 250. Desde mediados del verano es pública y notoria su presencia en el equipo oficial Fiat Yamaha para la próxima temporada junto a Valentino Rossi. Se llevará con él a Joan Llansà, su mecanico personal, y Davide Brivio da por cerrado el fichaje como jefe de mecánicos de Ramon Forcada, hoy en el equipo LCR y dueño de una brillante reputación como experto en suspensiones. Si Javier Ullate renueva para la escudería italiana el entorno español de Lorenzo, reforzado por su mánager Dani Amatriain, será aún más consistente.
El salto del mallorquín a MotoGP estaba cantado. En un tiempo récord se ha convertido en el máximo referente del cuarto de litro rompiendo todos los esquemas y haciendo trizas las estadísticas. Es el piloto más laureado de 250cc, superando al malogrado Daijiro Katoh y al casi intocable Dani Pedrosa, y un digno heredero de la estirpe de los Sito Pons, Joan Garriga, Carlos Cardús, Santi Herrero y compañía.
Sin embargo, Giorgio no lo ha tenido nada fácil. Primero, el culebrón de los enfrentamientos entre Amatriaín y su padre, Chicho Lorenzo. Luego la crisis deportiva que vivió a principios de la temporada anterior, de la que le rescataría Alex Debón.El papel de Debón, un hombre maduro, calmado y que se lo ha ganado todo a pulso, ha sido crucial para la recuperación de Lorenzo.
También están otras influencias importantes, como la de su preparador físico Marcos Hirsch, y la de Pep Font, psicólogo deportivo adscrito al Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat. Lorenzo sigue siendo tan histriónico e hiperactivo como siempre, pero ha aprendido a contenerse dentro y fuera de la pista. Frases como "me gusta la guerra" o "no tengo amigos dentro del circuito" han pasado a la historia. Ahora ya no machaca a sus rivales, con los que se muestra mucho más educado y hasta comprensivo. Sus numeritos a base de disfraces y banderas no dejan de ser emulaciones del estilo rossiniano, aunque curiosamente Lorenzo siempre ha dicho que su único ídolo era Max Biaggi, mucho menos exhibicionista.
La próxima temporada estará junto al mismísimo Dottore, pero dudo mucho de que su papel sea el del fiel escudero, como el de Colin Edwards. Por ahora todo son bromas y buen rollo, pero son dos gallos en el mismo gallinero y ya veremos cuanto tardan en sacar sus espolones. Para ser deportista de élite hace falta un ego muy potente. Buenas personas las hay entre samaritanos, enfermeros y hasta pilotos de pruebas como Alex Debón, pero es bastante difícil que lleguen a campeones del mundo. Pero si Rossi no ha vetado a Lorenzo -como hizo con Stoner- tal no vez sea porque cree que puede dominarlo sino porque realmente le considera su delfín, su sucesor. De todos modos, hasta que el pollito se convierta en cisne habrá sangre. Basta recordar los tiempos de Alex Crivillé y Mick Doohan en los noventa, o como terminó aquella aparente buena sintonía entre Sete Gibernau y Rossi.
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