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LECTURA

La última piedra de la Gran Pirámide

Recreación de la última etapa de construcción del monumento y del entierro del faraón Keops en su interior

En el trigésimo año de su reinado, Keops (Quéope o Jufu) comenzó a sentir las penalidades de la vejez y la enfermedad, y supo que la hora de su muerte se aproximaba. Pero no le importó en demasía: el país estaba tranquilo y seguro, y sabía que su culto se iba a mantener. La pirámide estaba completa; el monumento aguardaba a su entierro y resurrección, y él había adquirido la costumbre de adentrarse en él, en la cámara donde estaba emplazado su sarcófago, para hallar la calma en la que encontrar las mejores ideas. Antes de abandonar el mundo de los vivos para ascender al cielo y reunirse con sus compañeros, los dioses, estaba resuelto a completar la escritura de su libro sagrado y dejarlo como legado a sus descendientes. Ordenó a sus sirvientes que le trajeran rollos de papiro y sus pertrechos de escriba, y que lo dejaran solo durante periodos de varias horas.

Montañas de faraones. Crítica

No hay monumentos más sobrecogedores que las pirámides. La ciencia se ha adentrado en sus enigmas y los ha resuelto en buena parte. Este libro mezcla las últimas investigaciones con un esfuerzo por recrear la época en que fueron construidas.

La pirámide estaba completa; el monumento aguardaba a su entierro y resurrección, y él había adquirido la costumbre de adentrarse en la cámara donde estaba su sarcófago
No sería tarea sencilla colocar el remate, el piramidión, dado que los constructores trabajaban en espacios muy reducidos y hablamos de una piedra que debía de ser muy pesada
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No conocemos el contenido del libro sagrado de Keops, por el cual fue recordado por las generaciones posteriores, pero cabe pensar que tal vez podría haber reflejado el saber que había acumulado en el transcurso de su vida, y quizá la ciencia que había adquirido durante la construcción de su pirámide o las epifanías religiosas que lo habían movido a transformar el culto. Quizá narrara la historia de una conspiración o contuviera consejos para sus hijos y futuros sucesores. Jamás se han encontrado copias de este libro; pero si alguna vez llegó a existir, habría que buscarlas, antes que en ninguna otra parte, en el interior de la propia pirámide.

Cuando se completó la pirámide, la rampa espiral que escondía el rostro del monumental benben se habría desmantelado y depositado en la cantera de la cual se tomaron las piedras del centro. En su descenso, los obreros habían pulido y limpiado el fino revestimiento calizo que habían ido colocando en el ascenso del monumento. Tras la eliminación de las rampas, se abrieron las dos fosas meridionales, con las barcas del rey, y se erigió la pequeña pirámide destinada al culto de Keops, cerca del extremo suroriental de la pirámide principal.

Por los relieves hallados en relación con otras pirámides, sabemos que la instalación del remate -designado también como piramidión- era un acontecimiento de suma importancia, motivo de celebración gozosa para todo Egipto. A no ser que la ceremonia se desarrollara antes de la eliminación de las rampas, es de suponer que los arquitectos dejarían una sección de la rampa en una cara de la pirámide (la septentrional, probablemente) para permitir la colocación del piramidión. No sería tarea sencilla, dado que los constructores trabajaban en espacios muy reducidos y hablamos de una piedra que sería muy pesada. El remate se habría tallado a partir de un bloque de piedra especial, obtenido en los desiertos egipcios en condiciones muy duras, que luego habría sido revestido de oro por el taller real, de modo que refulgiera con la luz del sol.

Resulta tentadora la idea de imaginar que tal vez Keops podría haber combinado su festival de Sed -fiesta que servía, en parte, para celebrar el hecho de haber completado todo lo que los dioses habían pedido al faraón, como construir su tumba; erigir templos en los que ser venerado como Dios y en los que honrar a Horus, Hathor y Re; machacar a los enemigos de Egipto y mantenerlos alejados de sus fronteras; y hacer cuanto fuera preciso para dar estabilidad, prosperidad y salud al país- con la inauguración de su pirámide.

Imaginemos, por tanto, los hechos que podrían haberse vivido en aquel día trascendental:

Un anuncio se ha extendido por todos los nomos de Egipto, desde el Gran Verde (el mar Mediterráneo) hasta Asuán. Los que han podido se han trasladado a la capital; los otros lo han celebrado en sus ciudades natales. Pero todos se han unido a la alegría. Cuelgan banderas en los templos de todo Egipto; los barcos que surcan el Nilo han sido engalanados con flores. Todos los egipcios exhiben ropas nuevas; en todas las aldeas suena la música y se danzan bailes rituales. Más de un millón de egipcios están preparados, sin excepción, para el gran día.

En la mañana de la celebración, Keops se ha levantado temprano. Los sirvientes han preparado el baño y el desayuno y han ultimado sus ropajes y coronas. Cuando abandona el palacio, Keops está acompañado por su familia directa y la banda de música de palacio. En el patio septentrional de la pirámide lo espera el visir; entre los dos examinan el remate que coronará el gran monumento.

Varios obreros, especialmente entrenados para la ocasión, comienzan a ascender por la cara de la pirámide, mientras suena la música y se agita la danza. Cuando alcanzan la cumbre, Keops da la orden de que instalen en su lugar el dorado piramidión.

Envuelto en sus ropajes del festival de Sed y con la doble corona de las Dos Tierras, Keops ha entrado en la cámara subterránea de su pequeña pirámide ritual. En el interior, solo, se quita las coronas y las ropas de gala y emerge de nuevo a la luz con un faldellín y el flagelo real. Camina con decisión y entra en el patio principal de la pirámide; ha realizado la danza ritual que demuestra su fortaleza, vitalidad y virilidad (aun a pesar de su edad), y anuncia que se ha convertido en el dios universal de Egipto y que sólo debe aguardar a la hora de su muerte para ascender a los cielos y unirse a las estrellas. Lo contemplan las reinas, sus hijos y los funcionarios de mayor jerarquía; al resto de los nobles y al público en general no se le permite acceder al interior del complejo ni observar este ritual, pero pueden participar de los festejos que lo acompañan.

Cuando Keops termina la danza, la muchedumbre grita, entusiasmada. El faraón entra de nuevo en la cámara de su pequeña pirámide y emerge de nuevo con los ropajes, las coronas y el flagelo. Los que tienen la gran fortuna de formar parte de su círculo íntimo lo acompañan en la salida del complejo, cuando aparece como una figura gloriosa ante sus súbditos leales, y de regreso al palacio, donde comienzan los banquetes.

El entierro de Keops

Durante mucho tiempo se ha pensado que el rey Keops estuvo en el trono durante 23 años, como indica el Canon de Turín, del Reino Nuevo (un documento que enumera a todos los faraones de Egipto con la duración de sus reinados, hasta donde se los recuerda en el momento de su confección). Pero una inscripción recién descubierta en el oasis de Dajla, en el desierto occidental, da fe de una expedición enviada por Keops en el año 27º de su reinado. Como es sabido, los primeros reyes de Egipto solían numerar sus reinados de acuerdo con el recuento de ganado bienal, por lo que el Canon de Turín podría haber confundido una cuenta de 23 con un reinado de 23 años. Pero si los autores del Reino Nuevo partieron de una cuenta similar, en realidad Keops podría haber reinado durante unos 46 años. Otra posibilidad es que el autor de la lista concediera a cada uno de los faraones de Guiza, aproximadamente, una generación como tiempo de gobierno. Por mi parte, el mejor cálculo que me siento autorizado a hacer a partir de los datos disponibles indicaría que Keops reinó entre 30 y 32 años, y que podría haber muerto a la edad de 58 ó 60 años.

El funeral de Keops habría sido supervisado por su sucesor; en este caso, Dyedefre, quien dejó su cartucho sobre las losas que cubrieron las barcas enterradas al sur de la pirámide. Habría contado con la asistencia del visir de Keops, que por entonces quizá fuera Anjhaf, dado que Hemiunu podría haber fallecido ya. El cuerpo del rey habría sido trasladado primero hasta su templo del valle y colocado en un lecho junto a una tienda de purificación, estructura temporal erigida para la realización de los ritos purificadores. Tras el ejercicio de los rituales debidos, el cuerpo habría sido trasladado al taller de embalsamamiento. Allí pasaba 40 días inmerso en natrón, para eliminar la humedad, y aún se necesitaban otros 30 días para completar el proceso de momificación.

En el día del funeral, la momia del rey se colocaba dentro de un ataúd de oro que una procesión de sacerdotes llevaba hasta la cara norte de la pirámide. Una vez el ataúd había alcanzado la entrada de la pirámide, Anjhaf detuvo la procesión y ordenó que se retiraran todos los sacerdotes, salvo dos. Dejando a los demás dolientes atrás, guió a los portadores del sarcófago a través de la cámara de entrada, hasta la sala central de las tres cámaras. Tras un muro se había dejado abierta una oquedad; los sacerdotes deslizaron el ataúd hacia esta cámara secreta y sellaron la sala por completo. Cuando Anjhaf emergió a la luz con los dos sacerdotes, ordenó sellar asimismo la entrada de la pirámide, para proteger el saber secreto de que, a la postre, Keops no estaba enterrado en la cámara del sarcófago de granito, sino escondido en un lugar que le garantizaba la tranquilidad eterna. Ni siquiera el siguiente faraón, Dyedefre, estaba al tanto del secreto.

La gran pirámide de Keops, en la zona de Giza, en las afueras de El Cairo.
La gran pirámide de Keops, en la zona de Giza, en las afueras de El Cairo.AP
Trabajadores excavan en una tumba cuya antigüedad es de más de 4.500 años.
Trabajadores excavan en una tumba cuya antigüedad es de más de 4.500 años.AP

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