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Columna
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Llanto por Francisco Umbral

La naturaleza engendra padres amorosos, padres asesinos y padres ausentes. Francisco Umbral, nacido en Madrid en 1932, y dado que ha vivido hasta los 75 años -por error se dice y escribe 72- , a diferencia de no pocos niños se libró de tener un padre asesino: pero no tuvo un padre presente, que lo besara y acariciara y que, en su infancia, le pusiera con amor y firmeza los constantes límites que necesita un niño. Esa falta de límites bien puestos en la infancia y de una buena educación sentimental es catastrófica para el resto de la vida. Ante el tema del padre, los escritores reaccionan con amor, con resentimiento o con el silencio. Ya en el siglo VI antes de Cristo, el poeta griego Arquíloco injurió gravemente a su padre. El antepenúltimo que escribió "mi padre, que era idiota..." fue Henry Millar, con quien tanto coincide Francisco Umbral en perfeccionismo formal, transgresión salvaje y pasión por el sexo. En las Coplas a la muerte de mi padre -precursoras del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Lorca-, Jorge Manrique habla de su padre con devoción filial. Francisco Umbral nunca habló de su padre. Siendo Umbral un escritor que tanto ha hablado de sí mismo, el silencio sobre su padre revela que ese tema fue para él una llaga incurable.

Un niño tiene derecho a la enseñanza, y Umbral sólo asistió un año a la escuela. Por fortuna para él, además de una inteligencia privilegiada, tenía una furia voraz por la lectura, equiparable a la que también tuvo Cervantes -otro genio autodidacto-, que nos cuenta que leía hasta cualquier papel que se encontraba por la calle. A los 14 años, Francisco Umbral comenzó a trabajar de botones en un banco, es decir, tuvo que madurar antes de tiempo. Cuando debía haber estado en el colegio, él iba a la oficina. Pero, como ya dice Nietzsche que todo lo no te mata te hace más fuerte, también salió vivo del banco e incluso convertido en un rapidísimo mecanógrafo, una habilidad de importancia fundamental para su oficio de escritor. Durante toda su vida, ha escrito en su ya célebre Olivetti varios miles de artículos y quizá cien libros. Umbral debutó en la literatura como poeta: los versos juveniles que escribió revelan un talento descomunal. En esos versos oímos la voz nerudiana del surrealismo de Residencia en la tierra. Pero, en poesía, su maestro y gran pasión para el resto de su vida fue Juan Ramón Jiménez, el maestro que retrasa la maduración mental de cualquier lector que se le acerque. Fue una lástima: lo mucho que maduró Francisco Umbral trabajando en el banco en la adolescencia lo echó a rodar memorizando versos de Juan Ramón Jiménez. Eso sí, leyendo a Jiménez educó musicalmente su oído y aprendió a escribir un lenguaje de raíz coloquial extraordinariamente fresco. Leyendo a Jiménez, Umbral, naturalmente, volvió de la adolescencia a la infancia. Como acaba de escribir Carmen Rigalt en un espléndido artículo publicado en El Mundo, Umbral no se hacía la cama ni sabía hacer un huevo frito. Dependía de su extraordinaria mujer, María España, hasta para respirar. Esta dependencia doméstica al 100% de su esposa es idéntica a la que padeció Juan Ramón Jiménez respecto a su mujer, Zenobia Camprubí. No hay nada como comenzar el día haciéndose la cama para convencerse de que es un delirio absurdo pretender ser ininterrumpida y juanramonianamente sublime. Dice el entrenador de la selección nacional de fútbol, Luis Aragonés, que como se entrena, se juega. Francisco Umbral es el escritor español que más -y con mayor disciplina- se ha entrenado en el siglo XX. Por eso ha escrito tantas páginas inmortales. Su prosa ha educado -nos ha educado- a todos los columnistas que hemos venido después de él. Y no descartemos que haya educado incluso a los columnistas que le precedieron. A la hora de juzgar a Umbral, conviene recordar el comienzo de El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald. El narrador recuerda un consejo que le dio su padre en su primera infancia: "Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien", me dijo, "ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas...". El libro de Umbral Trilogía de Madrid lo leí con el placer con el que leí al mejor Valle-Inclán.

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