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Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

No hay peor ciego que el que no quiere oír

Marcos Ordóñez

¡QUÉ FELICIDAD, volver a ver a Pasqual en plena forma! Broche de oro del Grec: La famiglia dell'antiquario, de Goldoni. Estrenó el montaje en la pasada Bienal de Venecia, para conmemorar el nacimiento del autor, y ha arrasado -cuatro llenazos- en el Romea. Tras el inexplicable traspiés de Mòbil en el Lliure, vuelve, al fin, el mejor Pasqual, sabio, "concreto", sin inventos, al servicio del autor y los actores, para regalarnos el puro gozo de una puesta en escena atenta a construir y colocar los efectos como pompas de jabón diseñadas con ingeniería clásica. ¿Qué le hacía falta a Pasqual? Probablemente, una compañía tan conjuntada como ésta, con mentalidad "de repertorio", integrada por miembros de los estables de Génova y Venecia, con una energía y una pasión comunes. También hay que aplaudirle el riesgo de la elección. La famiglia dell'antiquario (1750) no es uno de los títulos más populares ni más redondos de Goldoni. Es un Goldoni todavía inmaduro, que intenta rescatar los moldes de la comedia del arte, caída en la mediocridad y el cliché, para crear, a base de observación y realismo, una "comedia de personajes" que refleje los mejores valores de la burguesía emergente. El experimento le sale largo (tres actos, con cincuenta y tres escenas) y los conflictos de la pieza son un tanto reiterativos, pero hay mucha valentía en el tono. Rechaza los grandes golpes de teatro para narrar la cotidianeidad: el lento hundimiento de una casta y la emergencia de otra, a través de sucesos pequeños, aparentemente insignificantes. La famiglia dell'antiquario anticipa, en cierto modo, al Chéjov de El jardín de los cerezos en la forma y sobre todo en el fondo, porque su asunto básico es el retrato de unas gentes que se niegan a aceptar la realidad. El conde Anselmo desatiende familia y hacienda, obsesionado en crear una colección de antigüedades que resultarán más falsas que un duro sevillano. El hombre que quiere hacerle ver y oír es Pantalone, un comerciante veneciano en funciones de raissoneur, cuya hija, Doralice, se ha casado con Giacinto, el hijo del aristócrata. Los motores cómicos de la pieza son, pues, los sucesivos engaños que sufre el irresponsable Anselmo a manos de su criado Brighella, ayudado por Arlequin, y la hostilidad, cada vez más violenta, entre la caprichosa Doralice, que quiere hacerse con el control de la casa, y su suegra, la condesa Isabella, quien, rodeada de aduladores, vive en una ficción de eterna juventud. A medida que avanza la comedia advertimos que todos están instalados en la ceguera, incluido Pantalone, incapaz de asumir que ha criado a una niña mimada y despótica: Pasqual la define muy bien como "una Paris Hilton del dieciocho". Pantalone es el personaje más interesante, porque, a años luz de su arquetipo, es el único que evoluciona. En el primer acto intenta comprender, aconsejar, hacer entrar en razón a todo el mundo; en el segundo se hunde en la melancolía ante la imposibilidad de cambiar a quienes le rodean; en el tercero tira la toalla y se convierte en un dictador amargo. El final de la obra, muy criticado en su día, también es valiente: no hay apaño posible, no hay peor ciego que el que no quiere oír. Como diría Brassens, quand on est con, on est con. Goldoni quería mostrar, dijo en su prólogo, "la constancia femenina en el odio". No dice nada de la insondable estupidez masculina: una misoginia juvenil que corregirá con los grandes personajes femeninos de La serva amorosa o La locandiera. El espectáculo rebosa ritmo, gracia, vitalidad escénica. Pasqual ha llevado a cabo una puesta detallista, cuidadísima, buscando en todo momento una comunicación inteligente con el espectador. Hay una cierta sobreactuación en los momentos más cómicos, pero siempre desde el guiño cómplice y amable, sin caer en la caricatura. Virgilio Zernitz es un conde alunado y patético, perdido en su manía, casi un primo hermano del Calogero di Spelta de La grande magia; Gaia Aprea y Anita Bartolucci -Doralice e Isabella- son dos preciosas ridículas y feroces como no las hubiera soñado Molière ni en su peor pesadilla; y el rey incontestable de la función es Eros Pagni, un Pantalone que acaba recordando, en el conmovedor amor por su hija, en su agria desesperación última, al mismísimo Eduardo di Filippo. Enzo Frigerio ha construido un sencillo decorado frontal, con las típicas tres puertas de vodevil, que gira sobre sí mismo para dar los seis interiores del palacio. El soberbio vestuario de Franca Squarciapino, la utilería, y la música cambian también a cada acto. Pasamos del settecento al siglo XIX, con sombreros de copa y levitas, y luego a los años treinta (cigarrillos, gramola, teléfono), para acabar en la más asquerosa actualidad: nada mejor, pues, que montar la escena final como un reality show, con los personajes insultándose a gritos y abandonando el plató (perdón, el escenario), mientras Pantalón, definitivo y despótico maestro de ceremonias, intenta controlar el caos desde el patio de butacas. El juego de Pasqual va más allá, creo yo, de resaltar la obvia perdurabilidad de la estulticia y el desentendimiento. Más bien parece que ha querido plasmar la evolución del arte escénico en Italia a lo largo de esos 300 años con ese invento que permite a la compañía (y a sí mismo) regalarnos la panoplia de sus muchos saberes, tratando cada fragmento en una clave interpretativa distinta: comedia del arte y comedia burguesa, costumbrismo más o menos sofisticado, hasta la clave de farsa, ácida y crispada, del tercio final. En definitiva, una mezcla de visita guiada y múltiple lección de gran teatro. Es una lástima que, por compromisos de gira, La famiglia dell'antiquario no pueda verse en el Festival de Otoño. Los teatreros con posibles pueden pescarla del 9 al 28 de octubre en el Piccolo de Milán y del 13 al 25 de noviembre, en el Teatro della Corte de Génova.

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