Intérpretes cercanos
El pianista Alberto Rosado destaca con su lectura de algunos maestros contemporáneos y Christian Zacharias brilla con un estilo desenfadado
La genialidad se instaló el sábado en el remozado teatro Victoria Eugenia de San Sebastián. En sesión de tarde, en la coqueta sala pequeña bautizada -y utilizada- como club, el pianista Alberto Rosado dejó boquiabiertos a los que no le conocen, con músicas de Escudero, Berio, Ligeti y López López. A los que le conocemos un poco también nos entusiasmó, con un programa sin más altibajos que los marcados por las características de las propias obras. En técnica y expresión, en comprensión de los diferentes mundos sonoros y en habilidad para transmitirlos, Rosado estuvo espléndido.
Lleva camino de convertirse -si no lo es ya- en el pianista simbólico de una generación de creadores españoles. Y esto es enormemente importante, mientras este país resuelve el reto de contar con un grupo especializado en música contemporánea a la altura del Ensemble Intercomporain de París en Francia, el Klangforum de Viena en Austria o el Ensemble Modern de Francfort en Alemania. En particular, Rosado bordó Un instante anterior al tiempo, pieza llena de sugerencias y horizontes abiertos de José Manuel López López, que el propio pianista había estrenado en París el año pasado. Situada su interpretación entre los bloques de dos monstruos como Berio y Ligeti, se integró perfectamente en la estructura de un programa que terminó con un imaginativo guiño dialéctico entre un fragmento de la Música ricercata, de Ligeti, y el Teclado de aire, de Berio. Asistió al concierto el compositor Luis de Pablo.
Demostró al frente de la orquesta que se puede hacer un Haydn juguetón y divertido sin que la calidad se resienta
Media hora después, en la sala principal, Christian Zacharias demostró con su estilo desenfadado al frente de la Orquesta de Cámara de Lausanne, que se puede hacer un Haydn juguetón y divertido sin que la calidad se resienta. El andante y el minueto de la Sinfonía 101, El reloj, fueron una gozada de frescura e inventiva. En las propinas el músico continuó el juego con Beethoven y Mozart, y su manera de reflejar interpretaciones musicales del "reloj". Ello, con una orquesta suiza, introduce un aspecto burlón añadido. Los músicos respondieron. Son disciplinados, pero también se divierten con las peculiares indicaciones de su director. Zacharias, que es medio donostiarra si se considera el número de veces que ha actuado en la Quincena, interpretó en solitario cuatro sonatas de Domenico Scarlatti, que para algo él es la referencia en este repertorio, y luego varios concertos grossos a partir de ellas, dos de Charles Avison y uno hermosísimo de Händel. Zacharias es de los artistas que con su simpatía natural se mete al público en el bolsillo. Es difícil no sentirse a su lado como en una reunión de amigos. Sonríe, disfruta. Y el espectador le sigue, es decir, también sonríe y disfruta.
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